Columna de Alfredo Jocelyn-Holt: Extraño incidente

Sergio Larrain


Ahora que lo recuerdo fue surrealista. Antes de la puesta de sol, a eso de las 19:30. Atravesaron la Avenida Marina en Viña desde la costanera a la altura del Castillo Wülff, saltando las vallas, hacia donde yo caminaba, junto al cerro y muralla del Club Árabe. De reojo, sentí que me seguían. Paré para dejarlos pasar, evitando tenerlos detrás y que me hicieran una encerrona (la vereda continuaba pero más estrecha y con baranda). Eran dos mocosos. El mayor, dudo que tuviera trece años, el más chico, diez.

En vez de seguir, me enfrentan. Preocupado de todas maneras, pero con cara que no entendía lo que querían, atino a no escaparme y a mirar fijo a ambos, sin quitarles la vista en ningún momento, incluso cuando el mayor balbucea una jerigonza que podría haber sido de un animé japonés (eran chilenos), le oigo la palabra pistola, y veo que tiene una mano metida en el pantalón. Tal vez, es lo que los descoloca; o que les dijera “¿cómo se les ocurre?” (jerga para ellos) o que sucediera algo alrededor sin percatarme -en autos al lado, o de gente a distancia- que los ahuyentara. El hecho es que se retiran como en cámara lenta por la vereda que recién evitara. Sólo cuando me siento seguro, y me doy vuelta, veo que desde la costanera al frente una pareja de colegiales me pregunta con señas si estoy bien. Respondo que sí, y levantan sus dedos pulgares.

De modo que no puedo decir que haya sido un asalto o una broma “trick or treat?” en vísperas de Halloween, ese mismo día, ingeniada por un “Ñato Díaz” como el de El Loco Estero de Blest Gana. Mis acosadores no andaban disfrazados, ni me parecieron simpáticos, no a un metro y medio de distancia con esas caras de malas pulgas. Tampoco creo que los paralizara. Si se asustaron, no se notó. Pienso más bien que fue un encuentro cercano del tercer tipo en que ellos y yo fuimos unos extraterrestres los unos para con el otro. No nos entendimos, quizá lo que nos salvó de una desgracia mayúscula. Yo despachado al más allá y ellos a un Sename peor que el Infierno.

Desde entonces, confirmada la condena en este Purgatorio que han convertido a Chile, reparo que por edad conozco todas las referencias que pudieran explicarme lo que sucedió. He visto las películas (“Ladrón de bicicletas” y “Los olvidados”), las fotos y personajes en vivo (los pililos colgando de los trolleys que Sergio Larraín fotografiara, también los niños de la calle que subía Alberto Hurtado a su camioneta). He leído a Víctor Hugo, Oscar Lewis y Frantz Fanon. Pero, lo lamento, no me siento con vocación de víctima propicia ni víctima a secas. Y menos si en “cónclaves” como el que se llevaba a cabo arriba del cerro ese día en el Palacio Presidencial, son incapaces de explicar cómo algunos de los suyos se quedan con las platas de fundaciones y convenios destinados a pobres.

Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador

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