Columna de Alfredo Jocelyn-Holt: La estatua de Baquedano
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Por cierto, lo ideal sería echar para atrás lo andado, reconstituir la plaza de antes del 18-O, y no darle la “razón” a la chusma violentista.
Así que no se despeja lo de la estatua, como todo que causa polémica en este país. Seguramente, porque entran en juego voluntarismos de un extremo y otro, inclaudicables, y contra ello no hay remedio, ni salud, y menos si escasean explicaciones que hagan sentido.
Por cierto, lo ideal sería echar para atrás lo andado, reconstituir la plaza de antes del 18-O, y no darle la “razón” a la chusma violentista. El problema con esa aparente sensatez es que parte de supuestos que, el más mínimo realismo, se encarga de desmentir. Está en curso un nuevo diseño de la plaza. La fuerza pública ha demostrado una y otra vez ser incapaz de garantizar que no se dañe el monumento, ¿para qué poner de nuevo a prueba y hacer patente la nulidad oficialista? Es más, volver atrás el reloj es iluso. Como sostuviera Alois Riegl, autor del muy influyente texto de rigor en estas materias -El culto moderno a los monumentos (1902), inspirador de la legislación actual mundial- ,“llamamos histórico a todo lo que ha existido alguna vez y ya no existe”.
¿Y qué exactamente es lo que ya no es? Si uno sigue los planteamientos de Riegl, el monumento mismo. Ha pasado su tiempo y vigencia -97 años desde que se inaugurara en 1928-, ha quedado atrás su alguna vez prístina pátina moderna que clamaba ser de todos los tiempos y para siempre. Se ha hecho evidente su desgaste y vejez. Es un “monumento intencionado” diría Riegl, de cuando el Ejército reunía respeto patriótico generalizado en Chile. Ya no, habiéndose vuelto una versión meramente corporativa, forzosamente nacionalista además, tras la burda manipulación reciente que hiciera de él la dictadura (si incluso le cambiaron el nombre a la plaza y para qué decir el sinfín de abusos negados obscenamente que con razón o no le cuelgan).
¿Y ante qué estamos frente? Una estatua que ha ganado, en cambio, antigüedad y una posible mayor apreciación en tanto valor artístico indesmentible. Que lo tiene independientemente del peso simbólico que en su momento hiciera converger a todo un país, y ahora más lo que divide que une, por eso caducó. De paso ha liberado a la estatua de su dimensión representacional (pasó con el arco de Constantino, que ya no homenajea al emperador pero sí da cuenta de Roma). Quedando a la vista una obra de Virginio Arias, magnífica, digna, de factura técnica formidable, impresionante por sí sola. Un “monumento” ya no político, sino escultórico óptimo en su género, sólo comparable a obras de Rebeca Matte.
Insistir en lo otro, a contracorriente de la misma historia en su paso por el tiempo, es majadería sin sustento. El nacionalismo, hasta con alardes de historiadores nacionalistas, cuenta hoy con un Estado más fallido que “en forma”. Peca, al igual que el ultraderechismo fanfarrón, de nulo realismo. Nos merecemos un conservadurismo más inteligente.
Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador
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