Columna de Alfredo Jocelyn-Holt: La ley del péndulo
De nuevo estamos ante una elección que puede conducir a ninguna parte (se dice), y eso que intransigentes de ambos lados hacen sus cálculos. Sea para confirmar el Rechazo, o apostar a que vuelva a producirse un giro, a su favor esta vez. Así “ganan” ¿aunque para qué? si una vez en el gobierno la tarea los supera.
Nuestra historia es ilustrativa. Uno sigue los vaivenes de la ley del péndulo conforme oscilaciones de un extremo a otro y no logra comprender continuidades evidentes: las que van desde Frei Montalva a Allende, e incluso la dictadura; la proyección de ésta de la mano de la Concertación y derecha; el empantanamiento que significaron los patéticos años de Bachelet y Piñera tras el colapso del consensualismo, y el afán por cuotear y empatar. El país, tras ese ciclo, no ha ido a ningún lado, quedó abierto el camino al activismo y, una vez en La Moneda, éste se ha encargado de mostrar su necedad y agotamiento diario. No menos porfiados, hay quienes cifran esperanzas en cambios de humores y políticas de las autoridades (por si acaso). De hecho, no pasa un día sin que a Boric lo tengan que desmentir, pero, ¿hará ello alguna diferencia?
En un país bastante más serio -Francia- sucede algo parecido. A pesar de cuanta revolución/contrarrevolución zigzagueante desde 1789, el saldo al final es de una sociedad hipócrita (según Balzac), conservadora aun cuando todos sigan cantando “La Marsellesa”, o periódicamente estudiantes y lumpen, sirviéndose de adoquines como proyectiles, intenten “acabar” con las fuerzas de orden.
La política no es como un reloj de péndulo. Uno sigue sus expresiones “cucú” y no capta las similitudes constantes entre fuerzas en choque. Se genera una falsa expectativa de cambio. Simplifica, suponiendo solo unas pocas variables. Impide ver la persistencia a menudo anacrónica de fenómenos majaderos, y pasa por alto la equivalencia entre presuntos opuestos (desde luego, insisten en que nos van a salvar de todo menos de ellos mismos). Nuestro populismo, desde la demagogia alessandrista en 1920, puede ser de derechas e izquierdas, y en cuanto a los extremismos, cuál es la diferencia, si son igual de ultristas aunque se ubiquen a 180 grados de distancia. Las restauraciones tampoco es que se produzcan, y la oferta progresista suele frustrar al quedarse corta. Visto así el asunto, ¿en qué consiste la novedad, y por qué lo que llaman “alternancia” habría de asegurarla?
Sugiero una epistemología más humilde, al menos en el análisis. Cifrar esperanzas en giros autoproclamados impide ver que nunca se vuelve atrás (los desaciertos quedan), y no cabe prever lo que viene. El futuro es insondable, el pasado es siempre más complejo de lo que se cree, y el presente invariablemente nos deja confundidos. En fin, tratándose de Chile, es cosa de admitir lo obvio.
Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador
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