Columna de Alfredo Jocelyn-Holt: No es el momento

Unidad por Chile


Nadie quiere de verdad una nueva Constitución. Si se la quisiera, el esfuerzo para dar con ella se notaría, que no sucede. Saavedra Fajardo, allá por 1640, aludiendo a lo que se entendía en su época por “compañía civil” (“pacto social” en la nuestra), lo explicaba: “Formada, pues, esta compañía, nació del común consentimiento en tal modo de comunidad, una potestad en toda ella, ilustrada de luz de naturaleza, para conservación de sus partes, que la mantuviese en justicia y paz”. En definitiva, estamos muy lejos de eso en Chile todavía.

Los motivos debieran ser evidentes, a menos que no se les quiera reconocer. Desde la campaña “Marca tu Voto”, el 2013, se han tenido atendibles dudas de si una nueva Constitución no es más que una artimaña, hasta que vino el 18-O, y, aterrado Piñera, les ofreció la Constitución a cambio de no renunciar. A su vez, el Rechazo, el 4-S, fue bastante más que por el solo “borrador” propuesta. Esta única proposición hasta ahora, concita un 38% y, con desglose, quizá menos. El sabor que dejó es que una convivencia futura bajo esos términos no está asegurada. Y, si quienes la apoyaban y han estado a cargo de gobernar seguirán imponiéndose ineptamente, mejor olvidémonos de este país como venimos entendiéndolo desde hace siglos.

Agreguémosle que la iniciativa ha vuelto a los políticos, igual de desacreditados. No podría ser distinto. Están, a lo sumo, midiendo fuerzas escasas y esquivas. El problema es de fondo. Todos los liderazgos políticos -expertos o no, hábiles o no, ganen votos o no, se les venda como nuevas alternativas y resulten ya sabemos cómo- defraudan, no son creíbles. Y, no es de ahora solamente. De ahí que reeditar lógicas concertacionistas en sentido lato (la derecha llevando el amén) es no hacerse cargo de que ese esquema consensuado ya fallaba hacia fines de los 90. Lagos vino entonces y lo agudizó. Siguió luego el repudio de Bachelet al consensualismo, pero se quedó corta. De ahí que surgiera la pubescencia radical autosuficiente y se volcara a las calles. Ante lo cual, Piñera trató de volver atrás, en tanto concertacionista in pectore, y también falló.

¿Con qué ahora piensan que vamos a poder organizarnos institucionalmente? ¿Con prioridades todavía pendientes, sin podérselas con la delincuencia, inmigrantes, incendios intencionales y terrorismo? Quien no puede lo menos (los líos entre fuerzas políticas e internamente) mal puede lo más (una Constitución que sirva). Y qué mejor indicación que lo que estamos viendo. Que Boric, está visto, no sirve para nada. Vale. Descubren esa obviedad y resucitan Lagos, Bachelet, y hasta Piñera, los tres flexionando músculos. Y, más increíble, se sigue apostando por un presidencialismo fuerte. Es de no creerlo. Como ese patético que resguarda el agua de su piscina mientras el país arde.

Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador

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