Columna de Alfredo Jocelyn-Holt: No todos lo podemos todo
Algún día se tendrá que reconocer que lo único salvable del proceso constitucional no derivó de los constituyentes, obviamente, tampoco de los dos gobiernos involucrados, ni de parlamentarios, partidos, movimientos y redes sociales, universidades, o de la prensa. Si hubiese dependido de esta “orgánica”, se habría impuesto el Apruebo sin equilibrio alguno. Descartemos también la “mayoría silenciosa”. Esa entelequia solo llega a aparecer el día después del 4-S, creada por la misma prensa, tras no haber dado en el clavo, y queriendo los muy oportunistas empinarse al carro de la victoria de nuevo. Llámenla voluntad del pueblo soberano, y mejor vayan a otro perro con ese hueso. ¿Un pueblo que zigzaguea, elige representantes que luego repudia, y en cuyo nombre encuestadores se desviven con sus pronósticos, igual que cuando asisten a vender dentífricos, champús y cremas?
Quienes ayudaron con su cordura a revertir el aturdimiento del país fueron los que, desde un comienzo o muy pronto, advirtieron la trampa en la que se nos quería meter. Los que no aceptaron el estallido como chantaje, ni que Piñera ofreciera la Constitución de Pinochet y Lagos en vez de su renuncia. Los que repudiaron el maximalismo en sus múltiples variantes (hoja en blanco, rebaja de cuórums, anular nuestra tradición constitucional). Los que constataron que la elección de constituyentes estuvo viciada al pasar a llevar el Acuerdo del 15-N y crear cupos privilegiados bajo la excusa de terminar con prebendas elitistas. Los que se dieron cuenta que la plurinacionalidad pretendía destruir la unidad del estado-nación. Y los que vieron que el identitarismo fundamentalista aspira a ser una nueva ortodoxia. En definitiva, quienes supieron que no es que los constituyentes no entendieran qué son las constituciones, sino que aspiraban terminar con ellas para así suprimir toda limitación a un poder que lo prefieren totalitario. En otras palabras, refundar el país, rediseñar la sociedad a partir de ideas y teorías, en especial la del poder constituyente (Carl Schmitt), haciendo de la violencia la última palabra, si no “por las buenas” vía el derecho, fácticamente, “por las malas”. Atria es su principal exponente, y ante el cual constitucionalistas de supuesto fuste no dijeron nada (¿aterrados esta vez?).
En cambio, estos otros críticos políticamente incorrectos no fueron más que voces ocasionales, singulares, en columnas o editoriales anónimos de diarios y plataformas online, que se atrevieron a desmentir el “sería difícil no aprobar” de sus jefes jerárquicos. Los únicos que contaron la firme. Gente que data de cuando, bajo Bachelet, se criticó la “retroexcavadora” y el haber fomentado un asambleísmo cabildante y plebiscitario: el “todo lo podemos”, incluyendo que se vaya al tacho este país, si así lo queremos.
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