Columna de Alfredo Jocelyn-Holt: Protestas universitarias en EE.UU.
Las recientes protestas y tomas en los campus no son sino expresiones de esa vieja propensión de la academia de dicho país: el querer aparecer siendo la vanguardia de izquierda más radicalizada de la historia, “políticamente correcta”, solidaria con excluidos, desposeídos, y “víctimas”. Sin desperdiciar, por supuesto, oportunidades como lo de la guerra en Gaza, que ni que la hubiesen mandado a pedir y llegara a la puerta por “Express Delivery”, permitiéndoles volver a despotricar en contra del neoliberalismo, y despertar viejos recuerdos de aquellas épicas movilizaciones en contra de EE.UU. en Vietnam.
Y eso que han transcurrido 56 años y los nietitos actuales no son los jóvenes de ayer. Carecen de esas energías detrás que gozaron sus abuelos durante la reciente Postguerra. El haber remontado la crisis económica de los años 30, haber vencido al fascismo, reconstruido Europa, y convertido a los EE.UU. en formidable potencia, capaz de frenar y derrotar a su ex aliado y adversario comunista.
Si además de consentidos (como los manifestantes de hoy), los contestatarios de los años 60 eran al menos hijos de progresistas (hasta los conservadores eran progresistas, los últimos que hubo). Ciertamente, esos rebeldes de entonces fueron altamente idealistas (no todavía cínicos que lo serán después); lúdicos, ingeniosos intelectual y culturalmente, capaces de fundar una “Nueva Izquierda”, ocurrírseles estas movilizaciones (no copiarlas), y lanzar respaldos teóricos e ideológicos heterodoxos renovados. Para nada parecidos a estos sublevados de hoy, algo alharacas, que han bebido del cinismo generalizado (para peor, nietos de esos otrora idealistas vueltos en descreídos oportunistas aunque culposos), y formados últimamente en jerigonzas teóricas que ni ellos entienden aunque repiten en modo eslogan. Hasta quienes los apoyan señalan: “saben poco sobre el conflicto [palestino-israelí], su historia y sus ramificaciones para la política internacional… Lo que motiva las protestas son dos dinámicas históricas anteriores al momento actual: la alienación y la radicalización”. Agréguenle el Covid, malas expectativas futuras, deficiente formación académica; ser dados a victimizarse, a exigir tratos preferenciales (discriminaciones afirmativas, “espacios seguros”), a no ser “ofendidos” o “acosados”; sectarios, fomentadores de una cultura de cancelación en las universidades, convertidas en trincheras de una izquierda derrotada, y enjambres de activistas aterrados que Trump vuelva a ganar.
Toda semejanza con agitadores locales no es casual, salvo que la protesta universitaria en Latinoamérica data de más atrás que los años 60 (del Grito de Córdoba), y en Chile ha catapultado a una generación bien poca cosa sin idea alguna de qué hacer una vez llegados al poder, sino envilecer el país.
Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador
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