Columna de Alfredo Jocelyn-Holt: Un nacionalismo al cubo
Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador
Trato de comprender el plurinacionalismo y no puedo sacarme de la cabeza la cita de Schopenhauer con que Fernando Savater comienza su libro Contra las patrias (1984): “Cada nación se burla de las otras y todas tienen razón”. ¿En eso consistirá esta majamama? Es posible. Savater lo confirma, en tanto que los nacionalismos se suponen unos a otros: “Para que haya vocación nacional, tiene que haber otra vocación antinacional sobre la que la primera se calca”. De hecho, nuestro plurinacionalismo es promovido por activistas que fomentan un etnonacionalismo indigenista que se parece y opone al nacionalismo previo, chileno, aunque se invoca en vez de “blancura”, una supuesta “morenidad” igual de racista, ideológica, chovinista y patriotera.
¿Servirá el plurinacionalismo? Arturo Fontaine exagera cuando da a entender que permite aplacar al nacionalismo. Si incluso no es descartable que el plurinacionalismo opere como medio para generar competencias entre distintos nacionalismos. Dos guerras mundiales durante el siglo XX debieran ser suficientes para saber que a la peste nacionalista hay que encararla y vencerla.
En efecto, puesto que las principales experiencias históricas exitosas para hacer convivir múltiples nacionalidades se han debido a imperios, las posibilidades que terminemos enfrascados en conflictos son altísimas. Justamente, se necesita de un eje o mecanismo que haga congeniar cuanta tribu dispar, aunque nadie parece haberse percatado al respecto. ¿Cuánta bigamia ya entraña ser chileno y mapuche a la vez? ¿Se imaginan a diaguitas, changos, y rapanui repartiéndose cargos sobrantes de la corte no asumidos por mapuches, mientras el lote restante de carapálidas solo mira? Por suerte no se les ha ocurrido entronizar a algún descendiente de Orélie Antoine, Rey de la Araucanía y la Patagonia. A otros disfrazados tampoco les ha resultado. Ni a Pinochet en 1989 cuando los mapuches lo declararon Ülmen futra lonko y menos a Lavín haciéndose el aimara.
La incertidumbre que todo esto conlleva es desde ya patagüina. Tendremos plurinacionalidad antes de que nos pongamos de acuerdo si existe o no terrorismo étnico hoy en Chile, para empezar. Así de suicida. Resulta no menos paradójico que el plurinacionalismo delate un colonialismo mental también al cubo, asumido ingenuamente por muchos que no les importa volver a ser sometidos; esta vez por teóricos de universidades del Primer Mundo que nunca han dejado de entretenerse con el espectáculo exótico que les proporcionamos. Hay incluso quienes inflan este asunto en tanto “experimento” (e.g. Fernando Pairican). Pero los experimentos no suelen hacer estallar laboratorios a no ser que se trate de amateurs ineptos que mezclan sustancias combustibles sin saberlo; o bien, saben lo que hacen y son pirómanos profesionales de sumo cuidado.