Columna de Álvaro Ortúzar: El perihelio, el afelio y los guarenes
Suena cómico, o sarcástico, pero sirve para hablar de política. Para empezar, recordemos que el perihelio, científicamente, se atribuye al cometa Halley cuando orbita cerca del sol. Magnífico espectáculo que brinda la naturaleza cada ciertos años. El cometa se exhibe con una larga cola, tan deslumbrante que atrae y emboba. Esto define al Presidente Boric, cuya luminosidad encandiló a millones de chilenos. Es el perihelio. Al cabo de un corto espacio de tiempo, el cometa perdió su brillantez y junto a ello se esfumó la ilusión. El afelio. Nos hizo lesos.
Vamos ahora a los guarenes. Zoológicamente, se trata un mamífero astuto, artero y agresivo, que tiene el poder de colonizar de manera oportunista el hábitat humano. Los RD y otros tantos afines son guarenes que se organizaron y entraron a gobernar sin que nadie se diera cuenta de su penetración, se colaron sigilosamente por rendijas abiertas por funcionarios, mientras los vendedores de la ilusión nos fascinaban con la luz del cometa. Nos colonizaron con disfraces de devotos del bien común, de la solidaridad con los más pobres, de la filantropía de jóvenes más bondadosos que los demás. No necesitaban prometer nada porque “eran” superiores. De este modo, se enriquecieron o enriquecieron a sus partidos políticos, a sus parejas, a otros funcionarios.
Y aquí estamos, sin cometa ni un Presidente creíble; llenos de guarenes que ahora son perseguidos por su codicia, porque no les bastaron sus sueldos y cargos inmerecidos, porque robaron sin nunca saciarse. En otras palabras, enviciados por el poder, escondidos en la oscuridad, amparados por funcionarios y políticos bien adiestrados en la mentira, se volvieron venales y protervos. Cito, por su actualidad, un pensamiento célebre de Mahatma Ghandi: “La corrupción y la hipocresía no debieran ser productos inevitables de la democracia”. Y agrego una condena de Cicerón: “Servirse de un cargo público para el enriquecimiento personal resulta ya no inmoral, sino criminal y abominable”.
Resulta doloroso que la degradación de unos pocos contamine a los demás. No en el sentido que se vuelvan igualmente corruptos, sino en cuanto provoca angustia y desesperanza. Hoy mismo, por ejemplo, prontos a votar por un proyecto constitucional, vemos que sus principios y normas, aunque promuevan un orden social que apunta el desarrollo y la seguridad de las personas, y que incluso persigue a los corruptos, no despierta el interés de leerlo ni comprenderlo. Se ve que las personas buscan poner su voto en un papel donde se lea la indignación con lo que ocurre. Y entonces, mientras los ciudadanos se preguntan en qué cédula está la respuesta, la propaganda mefistofélica los confunde. Hemos terminado en la ridiculez de tener que decir que para estar en contra hay que estar a favor. Lo que sí podemos estar seguros, es que los guarenes pueden inducirnos a error.
Por Álvaro Ortúzar, abogado
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