Columna de Álvaro Ortúzar: La fábula del león y los animales

Cuentan que un león gobernaba tiránicamente una remota selva. La fauna vivía asediada por el hambre, el miedo, la pobreza, la sequía, la soledad de la vejez. Los animales soportaban sus penurias con la esperanza de un futuro mejor. Cada cierto tiempo se reunían en una bulliciosa asamblea, desde el tucán al rinoceronte y desde la rana al elefante, para elegir de entre los suyos al que tendría a su cargo por un nuevo período los destinos de tan malograda población. El león, en cada ocasión, desde una imponente roca que lo destacaba en su enormidad, fuerza y esplendor, ordenaba silencio y, con atronador rugido, exclamaba: “¡Habrá comida para todos los animales, habrá paz!, ¡derrotaremos a los cazadores que asesinan a nuestros cachorros!, ¡habrá cuidados para los viejos desdentados y la lluvia permitirá las mejores cosechas! El pueblo, embobado con la oratoria y convencido de la sinceridad de sus promesas, renovaba su mandato como el regidor de su destino.
Este año toca a los chilenos elegir a un Presidente. Nadie discute que nos acosa la violencia, el narcotráfico, el devastador estancamiento de la economía, el grave endeudamiento fiscal, la corrupción de ciertas autoridades y sus amigos que han robado a manos llenas. La demagogia ha sido, desde que la denunciara Aristóteles, una herramienta de estrategia política tan siniestra como eficaz, pues exalta las emociones, exacerba las iras, estimula los prejuicios y explota resentimientos. Por eso atrae a las masas. La propuesta de una nueva Constitución, por ejemplo, concitó atracción y entusiasmo por la retórica reivindicatoria con que fue presentada. Sirvió para elegir convencionales rencorosos que aprovechaban un sentimiento de injusticia en el trato a las personas en materia de salud o pensiones, o en el descrédito de algunos poderes del Estado, como el Parlamento y la justicia. De haber prosperado el intento, estaríamos capturados por una tiranía política que buscaba el poder sin contrapesos ni equilibrios democráticos y no la solución de esos problemas.
La historia muestra innumerables ejemplos de líderes demagógicos que aprovecharon su carisma para crear un culto a su personalidad, como Juan Domingo Perón, o que en nombre del pueblo prometieron tomar el poder -que luego fue absoluto- para proteger a los trabajadores de la corrupción y el abuso, como fue el caso de Hugo Chávez, o incluso como Donald Trump, que atrae seguidores exacerbando la xenofobia, el nacionalismo a costa de buena parte del mundo y que diariamente nos recuerda lo miserables que somos frente a él.
Nuestro país puede ser víctima de este flagelo pues los problemas que lo aquejan son de tal profundidad y las personas han experimentado tanto daño, que prometerle soluciones radicales puede ser un imán para capturar a los cientos de miles de chilenos víctimas de la inseguridad, la falta de oportunidades, el retroceso económico, la frustración. Toda fábula deja una enseñanza: no hay que dejarse embaucar por farsantes y embusteros y menos por aquellos cuyas promesas electorales solo parecen reconocer al cielo como límite.
Por Álvaro Ortúzar, abogado
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