Columna de Álvaro Pezoa: Cecilia
Es posible que esta columna debiera haberse titulado “doña Cecilia” o algo parecido, por respeto formal hacia una ex primera dama de la República, viuda del dos veces primer mandatario de Chile, Sebastián Piñera; más aún, porque no soy amigo ni conocido suyo. Dedico estas sencillas palabras a Cecilia Morel, como podría hacerlo cualquier ciudadano, en momentos en que, comprensiblemente, las columnas de opinión se centran en su marido, fallecido trágicamente hace una semana.
En estos últimos días, la figura del Presidente Piñera se ha agigantado, especialmente por el postrer -y, para muchos, inesperado- reconocimiento que le han brindado espontáneamente un gran número de chilenos de todas las condiciones y procedencias. Junto a la suya, la figura de su esposa Cecilia ha destacado silenciosamente, seguro sin habérselo propuesto. Como siempre, ha sabido ser una primera dama, esta vez, en el momento más duro de su vida. Serena en la tristeza más profunda; sobria y sencilla en un contexto de máximo protocolo; firme, no obstante, el dolor y las largas horas ceremoniales; generosa, al recibir acogedoramente miles de saludos, y, en particular, los provenientes de quienes antes, exprofeso e injustamente, le habían hecho la vida imposible y buscado deponer ilegítimamente al Presidente, su marido, y causado ingente daño a Chile, su patria.
Dice un antiguo refrán que “tras todo gran hombre hay una gran mujer”. Sea esta sentencia siempre verdadera o no, en este caso particular, parece cumplirse sobradamente. Cecilia ha “sabido estar”, antes y ahora: acompañando en muchas ocasiones, siendo protagonista -y bien- cuando ha correspondido; por ejemplo, impulsando el sistema “elige vivir sano” (alimentación saludable, actividad física, vida al aire libre y vida en familia). Amable, cercana y comunicativa, ha desplegado las “habilidades blandas” que parecían ser tan esquivas a su esposo, siendo así su complemento. Su apoyo ha constituido fuente de fortaleza permanente para el hombre, el gobernante, el empresario. En fin, la persona y los logros de Sebastián Piñera no se pueden entender cabalmente sin incorporar a Cecilia, compañera de toda una vida, en la ecuación. Tampoco, sea dicho de paso, los rasgos de normalidad familiar que dejaron entrever las arduas circunstancias recientes.
No me anima un afán panegírico, sin embargo, es justo resaltar que ella, en pocos días, ha vuelto a dignificar la responsabilidad republicana de primera dama. En fin, en tiempos como el actual, donde se alzan voces en los más variados escenarios para reivindicar el lugar de la mujer en la sociedad, Cecilia ha dado ejemplo. Y lo ha hecho con naturalidad, discretamente, sin rarezas ni altisonancias, con prudente elegancia.
Vaya mi respeto y admiración a ella, junto a unas sinceras condolencias.
Por Álvaro Pezoa, ingeniero comercial y doctor en Filosofía