Columna de Álvaro Pezoa: Chile degradado

SICARIOS


Chile está mal, sigue por el descamino. Hay quienes, después del 4S pasado, tratan de convencerse de lo contrario. Sin embargo, la realidad es abrumadora: criminalidad y terrorismo en ascenso, inmigración descontrolada, pésimos niveles educacionales (¿pueden ser una sorpresa?), proliferación de campamentos ilegales, sistema de salud en crisis, pensiones de pobreza, aparato del Estado agigantándose incesantemente, economía estancada. Entretanto, error tras error, el desgobierno imperante es evidente. No se avizora un proyecto nacional y la unidad es precaria. Desde La Moneda, maniobras aquí o allá, se continúa impulsando “el programa” que va en sentido absolutamente contrario a aquello que el país urgentemente precisa. Parte de la derecha -política y económica-, acepta y adopta el lenguaje de la izquierda radical con una candidez (¿o interés?) que deja estupefacto: “pacto fiscal” llaman de pronto al alza de impuestos, por ejemplo.

En las élites la salida del embrollo estaría jugándose en un proceso constitucional “empujado” desde la revuelta. El mismo que convinieron la mayoría de los congresistas en una madrugada aciaga, muchos de ellos parte responsable del descalabro, consecuencia de años de pésimas decisiones sino abiertamente de ceguera negligente o voluntad débil. Y que extendieron, artificiosamente, después del 4S. La esperanza que abrigan es que “cerrado” el capítulo de la Constitución con la aprobación de un nuevo texto, la izquierda radical no tendría espacio para insistir y se podría, entonces, reencauzar al país hacia una etapa de estabilidad y progreso. ¡Qué ilusión! Falta conocer al adversario.

Temeraria ingenuidad, para decir con franqueza. Pues, si los males antes señalados no fuesen suficientemente graves, hay todavía más. Chile se encuentra en un franco camino de degradación. Su población recibe cada vez peor educación (ambas, formación e instrucción) y las familias están crecientemente desintegradas, hechos que potenciados uno con otro presagian la profundización de los problemas sociales, el deterioro de las conductas cívicas y serias dificultades para enfrentar las próximas etapas de desarrollo económico. El tono moral de la sociedad no parece transitar por mejor vereda. A modo de ilustración, sirvan las noticias que acaparan la atención ciudadana durante los últimos días: un subsecretario que miente doblemente, un exalcalde en prisión preventiva por manejos financieros espurios, un diputado que defendiendo una discutible acción propia deja entender que la ley sería superior a la ética, presunto tráfico de influencias (y dineros) en la Seremi de Vivienda y Urbanismo en Antofagasta. Suma y sigue. Esto, proviniendo de las “autoridades”. ¿Qué queda para el ciudadano de a pie?

El país no requiere de reformas estructurales probadamente fracasadas, menos de un Estado enorme (e ineficiente), acaso tampoco cambiar su Carta Magna. Chile necesita, primeramente: visión de futuro, ánimo unitario, orientación al bien común, servicio público profesional y desinteresado, probidad. En fin, un proyecto sensato y macizo, junto a otra forma de “hacer política”. Se requiere un esfuerzo generacional. Una transformación cultural. ¿Hay quienes puedan encarnar y conducir tal desafío? La denominada “generación del 2011″ claramente no.

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