Columna de Álvaro Pezoa: Chile sin hijos: la crisis que nadie ha querido mirar

Embarazo


Chile vive un fenómeno demográfico que ya no es posible ignorar. La tasa de fecundidad cayó en 2023 a 1,16 hijos por mujer, la más baja registrada desde que existen datos. Muy por debajo del umbral de reemplazo generacional, esta cifra no solo anticipa problemas para los sistemas de pensiones, salud o la sostenibilidad fiscal. Habla, sobre todo, de un país que está cambiando profundamente en su manera de concebir el amor, la familia y el futuro.

Detrás de esta caída no hay solo razones económicas, sino principalmente culturales. La primera gran causa es la pérdida de una noción sólida del amor como proyecto de vida. En tiempos donde la libertad se entiende como independencia total, y el compromiso suele percibirse como carga o amenaza, el deseo de formar una familia estable -y abierta a la vida- se diluye. Se multiplican las relaciones pasajeras, se posterga o evita el matrimonio, se debilita el horizonte del “para siempre”. ¿Cómo sostener, entonces, una voluntad genuina de traer hijos al mundo?

La segunda causa tiene que ver con las prioridades que la sociedad -y especialmente las políticas públicas- han ido consagrando. En un país donde criar un hijo se percibe como un lujo, y donde el éxito se mide casi exclusivamente por indicadores laborales o de consumo, la maternidad y la paternidad quedan desplazadas. No se trata solo de salarios bajos o trabajos precarios; se trata de un modelo cultural que ha dejado de ver la natalidad como un bien común, y la ha reducido a un ámbito privado, individual, casi residual.

Las consecuencias son relevantes. Un país envejecido es también un país más vulnerable, más solitario, menos dinámico. Sin una base demográfica sólida, no hay crecimiento sostenido, ni tejido social robusto, ni comunidad intergeneracional que resista. Pero lo más preocupante es que esta tendencia no parece escandalizar. Se ha normalizado la idea de que tener hijos “ya no se puede”, como si fuera una fatalidad, y no el resultado de decisiones políticas, económicas y culturales acumuladas.

Frente a este panorama, hay quienes ponen sus esperanzas en la inmigración. No obstante, en Chile la ola más cercana de entrada de extranjeros ha sido en alta medida caótica, ilegal, irresponsable. Pero, aun si no lo fuera, no basta con importar población. La integración, la cohesión social y el equilibrio cultural son tareas complejas, que requieren mucho más que números. Aunque la inmigración pudiese ser parte de una solución, nunca reemplazará la responsabilidad vital que una sociedad debe tener con su propio destino.

Revertir esta trayectoria exige más que subsidios o incentivos tributarios -aunque probablemente sean necesarios-. Requiere reordenar prioridades, abrir un debate profundo sobre el valor de la familia y generar condiciones reales para que tener hijos no sea un acto de heroísmo radical, sino una posibilidad razonable. Porque cuando un país deja de apostar por la vida, empieza a poner en riesgo su propio porvenir.

Por Álvaro Pezoa, director Centro Ética y Sostenibilidad Empresarial, ESE Business School Universidad de los Andes

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