Columna de Álvaro Pezoa: Chile: un alma enferma (I)

Paso de carroza con el cuerpo del cabo Daniel Palma frente de la Cuarta Comisaría de Carabineros. Informado mártir fue baleado durante operativo de fiscalización en Santiago.
Paso de carroza con el cuerpo del cabo Daniel Palma frente de la Cuarta Comisaría de Carabineros. Informado mártir fue baleado durante operativo de fiscalización en Santiago. Foto: Diego Martin / Agencia Uno.


En Chile se han socavado, en oportunidades intencionadamente, los fundamentos necesarios para una adecuada comprensión -y vivencia- de quién es la persona y qué es la sociedad. La dificultad que ello representa para el futuro de la nación es enorme y crucial. Para superarla, urge revisar y modificar el derrotero que se ha seguido en dimensiones esenciales de naturaleza antropológica (y sociológica).

La crisis generalizada que vive el país desde antes del 18-O, pero más nítidamente desde esa fecha, donde entre diversos males severos destaca la falta de seguridad pública como el primero, dejan entrever no solo la ausencia de un Estado eficaz y un mal funcionamiento de la política, sino más profundamente un evidente desorden social ligado a una pérdida de principios éticos esenciales. Dicho de otra forma, existe un Estado de Derecho cada día más debilitado, porque no hay suficiente orden en el tejido social y no hay tal orden porque se han ido disolviendo en el tiempo los denominados “valores morales” de la población -particularmente aquellos vividos: las virtudes-, sobre los que se asienta la vida en común. Los hechos que diariamente sacuden a la opinión pública dan cuenta del fenómeno señalado.

Un par de ejemplos. Primero: la desvalorización del principio de autoridad -junto con cierto desprecio por la vida humana y su dignidad- campea en todos los ámbitos de la vida nacional, no únicamente respecto a las fuerzas policiales. También, en escuelas, liceos y universidades. Y en demasiadas familias. Nada muy distinto acontece con comunicadores, jueces, legisladores, ministros y hasta el Presidente de la República. El problema es de gran hondura. No se trata únicamente de que no se obedezca o no se respete a quienes detentan cargos de autoridad. Ocurre, además, que entre estos últimos, muchos no se atreven a ejercer las prerrogativas que sus cargos y responsabilidades otorgan o exigen. Peor aún, parte de ellos ostentan posiciones formales para cuyo ejercicio no tienen las competencias, ni la sabiduría práctica requeridas, es decir, no son auténticas autoridades.

Segundo: la orientación hacia el bien común también escasea. Éste debería ser un principio básico entre aquellos seres humanos que viven en comunidad. Pero, cada vez es menos así. El individualismo se ha incrustado en las conductas de las personas, unido a la exacerbación de derechos y la desaparición de los consiguientes deberes. Cada cual exige los que considera sus derechos -no siempre legítimamente ni el fondo, ni en la forma-, pero no está asimismo pronto a cumplir sus deberes, en reiteradas ocasiones ni siquiera a reconocerlos. Consecuentemente, los intereses particulares priman con frecuencia frente al bien de todos. Pasa en las esferas económicas y políticas de la vida nacional; y, similarmente, acontece en la sencilla cotidianidad de la “convivencia” ciudadana.

El alma de Chile está enferma. El asunto da para largo. Es complejo. Pero, requiere que nos hagamos cargo.

Por Álvaro Pezoa, ingeniero comercial y doctor en Filosofía