Columna de Álvaro Pezoa: Confianza

La Moneda y Ministerio de Hacienda


La confianza es un bien intangible, de carácter ético, fundamental para la convivencia humana en cualquier ámbito. Llega a ser tema de actualidad cuando se carece de ella. Es el caso de Chile. La desconfianza constituye uno de los principales problemas que enfrenta nuestra sociedad, tanto en las relaciones interpersonales, como respecto a las instituciones y hacia las autoridades. Se trata de una situación generalizada que obstaculiza el desarrollo de una vida en común fluida y floreciente. Su remedio no se ve claro, menos todavía fácil. Falta, primeramente, explorar en profundidad sus posibles causas.

Ha crecido el alejamiento entre la ciudadanía y la clase política. El desprestigio de los partidos políticos y de las instituciones democráticas resulta alarmante. Las empresas apenas superan a las entidades políticas en aprecio por parte de la población. Hay decepción e indignación, pues se percibe una gran distancia entre el discurso oficial y las conductas prácticas. En palabras del sociólogo español Alejandro Navas, “el fantasma de la desconfianza que parece recorrer nuestro mundo no se detiene en los ámbitos político y económico. Con el ímpetu imparable de un tsunami invade reductos que hasta hace poco nos parecían firmes bastiones de la confianza: …la enseñanza, la vida familiar”.

¿Cómo se ha llegado a este estado? Para que un grupo humano se mantenga unido, se requiere un consenso en torno a valores fundamentales. Si no se da ese acuerdo sobre lo más básico de la vida en común, el grupo se divide y termina disgregándose. Hay concordancia entre los estudiosos de la sociedad moderna en constatar la ruptura del consenso básico. Además, ese hecho se percibe con frecuencia como positivo, como la conquista de una libertad entendida como emancipación. La democracia como régimen político habría venido a consolidar tal logro. Sin embargo, la libertad y la crítica ponen en marcha una dinámica potencialmente desintegradora del orden social, como vieron tempranamente los clásicos de la sociología, pues cada uno “va a lo suyo”. La política se guía por la razón de Estado; la economía capitalista por la maximización del beneficio; el derecho deja de ser natural y se convierte en meramente positivo. Si ya no hay valores objetivos y absolutos, el consenso mínimo requerido para que la sociedad no colapse queda entregado únicamente al procedimiento (derecho positivo, democracia, mercado).

En síntesis, si “cada uno piensa como le parece y vive a su manera”, la cohesión social corre peligro. Por tanto, el reto está en compaginar la libertad, concebida como autonomía y liberación (típicamente individualista), con la imprescindible integración para evitar que la sociedad se disgregue. La dificultad implícita no es menor: la democracia y el mercado, entendidos como meros procedimientos formales, parecen fracasar sin remedio. Ambos necesitan ciudadanos virtuosos, una cultura cargada de valores sólidos, que ellos mismos no generan. ¿Cómo resolver esta paradoja?

Por Álvaro Pezoa, ingeniero comercial y doctor en Filosofía