Columna de Álvaro Pezoa: La persona en la Constitución

Gente calle


El proyecto de Constitución redactado por la CC es malo. Se ha enfatizado al respecto que el sistema político propuesto significaría una considerable pérdida de atribuciones para el Poder Ejecutivo, dando origen a un régimen presidencial debilitado ante la Cámara Baja, con la evidente amenaza de gobernabilidad que ello comporta. Todavía más grave, se ha subrayado que el nuevo ordenamiento público facilitaría el establecimiento de regímenes totalitario-populistas. Por último, se ha llamado la atención sobre el término del actual Poder Judicial y la instauración de un nuevo sistema que afectaría directamente la independencia de los jueces. De esta forma, la viabilidad de la conducción política del país y la libertad de los ciudadanos quedaría abiertamente amagada. Parecen razones suficientes para rechazar la Carta Magna.

Pero, hay más. El concepto de persona implícito en el texto no reconoce una naturaleza objetiva y se aparta radicalmente de la tradición cristiano-occidental en que se inscribe la cultura nacional. La recurrente apelación a una “igualdad sustantiva” escasamente esconde el igualitarismo extremo que se despliega en las páginas del documento. En el fondo, no se propugna una igualdad de ser, de derechos (o ante la ley) y de oportunidades, como se podría suponer, sino una forzada igualación de lo esencialmente desigual. De aquí, por ejemplo, el empeño en arraigar la “perspectiva de género” y la “autonomía progresiva” del adolescente. La condición naturalmente sexuada de la persona pierde su importancia, para dejar paso a la primacía del género elegido -hasta inventado- por el individuo. El recurso “identitario” permite que el ser humano pretenda ser lo que cada uno simplemente desee ser (o creerse). Se trata, en último término, de postular la “autoproducción” de la propia realidad, como si ser persona no consistiese en nada verdadero, más que en una capacidad de autofabricación electiva y mutable en el tiempo. La familia tradicional pierde así total sentido, pudiendo pasar a ser cualquier unión. ¿Por qué motivo tendría que ser un vínculo afectivo o únicamente entre humanos? La fundamentación antropológica que sigue la Carta Constitucional permite “desmontar” el orden racional de la vida humana personal, el de la familia y, consecuentemente, el de la sociedad. Todo da “sustantivamente” lo mismo: es igual.

Salvo, por un detalle. El garante por antonomasia de la “igualdad sustantiva” será el Estado. Para tal fin, contará con potestades y la ley que ayudarán a su implantación. ¿Qué puede llegar a ser la sociedad entonces? Básicamente, lo que el Estado determine hacer de ella, a partir de personas y familias ahora “desnaturalizadas”, disponibles para construir (con ellas) como si se tratase de materia informe. Desarmar para armar. Deconstruir para construir. ¿Puede haber un germen más “totalitario” para la sociedad que éste? Se vota el 4 de septiembre.