Columna de Álvaro Pezoa: Llaitul y la bandera nacional

HECTOR LLAITUl
Foto: Camilo Tapia / La Tercera.


La última semana ha traído noticias esclarecedoras. Destacan dos. Primero, el descubrimiento de la conexión directa -a través de una estrecha colaboradora de la ministra Vega- entre el gobierno y Llaitul, líder de la Coordinadora Arauco-Malleco. Segundo, el ignominioso ultraje al estandarte nacional que realizó el grupo “Las Indetectables” en un acto de campaña por el Apruebo en Valparaíso. Ambas situaciones vienen a coronar, por ahora, líneas de pensamiento y conductas que no constituyen novedad (aunque lo pretendan). Y que bien se pueden resumir en una idea expresada por los organizadores de la escena porteña: el propósito -“metafórico”- de “abortar” a Chile.

El apoyo que el Presidente y los miembros de la coalición frenteamplista han brindado por años al mencionado Llaitul y a la CAM, quienes abiertamente propugnan el quiebre del Estado de derecho y la desintegración de la Nación, ha desembocado en el hallazgo por la PDI de un nexo gobierno-terrorismo, cuya madeja recién comienza a ser deshilvanada. Asimismo, la mancilla al pabellón patrio sirve de remate a otros tantos agravios anteriores contra los emblemas chilenos: cómo no traer a colación sobre el respecto la pifia al himno nacional en la sesión inaugural de la Convención Constitucional (CC), efectuada por los miembros de su ala izquierdista radical, o el día en que estos mismos encontraron “agresivo” que algunos de sus colegas pusieran la bandera de Chile en sus asientos.

El gobierno, el FA, la CAM y los grupos de izquierda mayoritarios de la CC, tienen mucho en común. No se trata únicamente de vínculos personales que, por cierto, los hay en abundancia. A todos ellos los anima un espíritu revolucionario, refundacional, rupturista, amigo del uso de la violencia, que abomina de la unidad del país y de las tradiciones configuradoras de la nacionalidad. Así de claro. Sus ansias de partir “desde cero” ni siquiera han sido escondidas. Resulta inocultable: se busca destruir la identidad forjada a través de la historia para construir una nueva. Es aquí donde convergen los móviles tras los atentados terroristas con aquellos antiemblemas. En ocasiones ambos han coincidido en una misma acción. Con todo, la ofensiva avanza por doble cauce. Por un lado, contra la cultura y el ethos: los símbolos, el lenguaje, la música, las fiestas huasas, los monumentos dedicados a próceres y las manifestaciones religiosas. Por el otro, contra la institucionalidad, el derecho, el territorio, los templos, la propiedad pública y privada (mueble e inmueble). A veces, si fuese necesario o inevitable, le toca el turno a la vida (humana): heridos o muertos inocentes. ¿Por qué no, si de “abortar” a Chile se trata? No cabe duda, entre una y otra vía existen profundos lazos y similar finalidad.