Columna de Álvaro Pezoa: Mal Chile 2024: cuatro razones
Sí, Chile ha tenido abiertamente un mal año 2024. Son muchos los factores que sustentan esta afirmación: violencia, delincuencia, inmigración descontrolada, economía creciendo vegetativamente, serios problemas en educación y salud, más varios otros. Pero, al momento de seleccionar los determinantes, cabe destacar tres I: inseguridad, incerteza e incompetencia, y una C: corrupción.
Primero, inseguridad. El fin de semana pasado fue representativo de la “nueva normalidad”: catorce asesinatos. Eso es. El país vive un alto -y creciente- grado de violencia delictual, de una índole antes desconocida, importada junto a las bandas de narcotráfico que, cada vez más, priman en las calles de la geografía nacional. A esa realidad deben ser agregados los asaltos comunes, los “portonazos”, las “encerronas” a automovilistas y demás laya de delitos, sin olvidar los actos terroristas en las zonas del Biobío y La Araucanía. Lo peor del caso es que el sistema judicial, en general -existen honrosas excepciones-, se muestra débil y hasta condescendiente con estas lacras sociales. Y al gobierno le ha costado una enormidad comenzar tibiamente a dejar de lado su mirada ideologizada frente al flagelo, para dar paso a una acción algo más efectiva en su combate.
Segundo, incerteza. La economía apenas crece porque la certidumbre legal (en las “reglas del juego”) de largo plazo, que requieren la inversión y el emprendimiento, ha disminuido críticamente. Más todavía, el gobierno evidencia con frecuencia su pulsión antiempresa, a la que se agregan la pasión impositiva junto al establecimiento de una “permisología” asfixiante para el desarrollo de nuevos proyectos. A nadie puede extrañar, por lo tanto, que la inversión disminuya y que los capitales -chilenos y extranjeros- se muevan hacia latitudes más favorables.
Tercero, incompetencia. Al Poder Ejecutivo casi todo empeño le resulta mal. No se trata de infortunio, que esporádicamente puede haberlo, ni de simple obstrucción opositora, sino de falta de profesionalismo, hasta el punto de la desidia y la negligencia. Las iniciativas fracasan o avanzan con mediocridad, porque no se sabe hacer; resultan errados los fines o inapropiados los medios utilizados (a veces por fortuna, se podría decir), o ambos. Los restantes poderes del Estado, lamentablemente, no trabajan mucho mejor. Como es obvio, la incompetencia alimenta la inseguridad y la incerteza.
Cuarto, corrupción. Ésta, cual gangrena, va corroyendo, con prisa y sin pausa, a la sociedad nacional. Desde los poderes del Estado se ha dado abundante mal ejemplo ético y, en demasiados casos, vulnerado decididamente la ley. Tampoco han faltado particulares envueltos en vistosos escándalos, ya sea entre ellos o en su relación con el sector público. La pequeña vida cotidiana no se queda atrás: el Chile educado, amable, respetuoso y relativamente probo ha ido quedando definitivamente en el pasado.
Con todo, la Esperanza (así, con mayúscula) nunca se pierde. ¡Bienvenido 2025!
Por Álvaro Pezoa, director del Centro de Ética y Sostenibilidad Empresarial, ESE Business School, U. de los Andes
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