Columna de Álvaro Pezoa: Sin Dios, ni ley, ¿ni libertad?
Chile enfrenta importantes contingencias; la crucial entre ellas, el plebiscito del 4 de septiembre próximo. Sin desmedro alguno de su relevancia, bajo el devenir de la “actualidad” subyace un proceso histórico cultural de enormes implicancias que, sin lugar a duda, explica en parte cómo el país ha llegado a esta instancia. Más todavía, dicho proceso permite conjeturar que después de la elección, cualquiera sea la opción triunfadora (que no da lo mismo), la patria seguirá experimentando la profunda crisis social en que se encuentra inmersa.
¿Qué lleva a tan aciago pronóstico? Que la nación se ha ido quedando “sin Dios, ni ley”. Es decir, sin un espíritu afincado en sólidos principios que la fundamente, ni una norma común que la aglutine, proteja y la continúe configurando en el tiempo. A estas alturas es demasiado evidente que, en la práctica, no hay una ley compartida que valga y ordene a la comunidad. Más todavía, en los últimos años las reglas jurídicas se han ido convirtiendo en un legajo inoperante, en una suerte de escritos arqueológicos. Coincidentemente, a pasos agigantados el país se ha ido transformado en una “jungla”, donde prima la ley del más fuerte, ejercida a mansalva por criminales y violentistas en desmedro de las personas de bien. Resulta duro decirlo, pero la verdad es que la ingente ola presente de delincuencia y terrorismo no ha contado con un contrapeso legal y policial efectivo.
Gravemente amenazada por la ausencia de ley operativa, la libertad real de la ciudadanía se ha restringido dramáticamente. Y seguirá haciéndolo. Sirva como botón de muestra, el nivel de criminalidad del que dan cuenta diversos hechos ocurridos en el territorio nacional únicamente durante la última semana. ¡Qué alto grado de inseguridad vital y sobre su propiedad está experimentando la ciudadanía! Paralelamente, el desembozado intervencionismo electoral que está efectuando el gobierno, encabezado por el propio Presidente de la República, constituye una demostración patente de transgresión indebida del Poder Ejecutivo en sus prerrogativas, amenazando directamente las garantías democráticas establecidas y, es de presumir, la libre expresión de la voluntad ciudadana. Por si lo mencionado aún fuese poco, la propuesta de Constitución generada por la Convención (originada en la fuerza destructiva) trae consigo un innegable riesgo estatista-totalitario, según ha sido advertido razonadamente por autorizados comentaristas. En fin, todos los indicios anticipan que, de continuar su curso la situación actual del país, pronto se podrá aseverar que en Chile no “hay ni Dios, ni ley, ni (tampoco) libertad” ¡Lamentablemente!
¿Quedan reservas morales suficientes para revertir el camino al despeñadero en que se halla la patria? Está por verse. Entretanto, urge dejar de mirar únicamente a lo inmediato. El daño existente en las bases de la sociedad exige una visión profunda y de largo plazo. Y una conducción política acorde a esta última. ¿Habrá oportunidad para ellas?
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