Columna de Álvaro Pezoa: Un proyecto nacional para Chile



Ha concluido un azaroso 2023 para Chile. El fin de año termina con una impresionante ola de brutales asesinatos, dando especial notoriedad al mayor mal que azota al país, esto es, la violencia delincuencial con su extenso reguero de inseguridad ciudadana. Junto a él, diversos deterioros significativos son de cotidiana vivencia pública en ámbitos tales como: pensiones, salud, inmigración, crecimiento económico, empleo, funcionamiento del sistema político, corrupción y una larga lista de necesidades no cubiertas, agudizadas, esperando años por ser resueltas. El cuadro descrito se completa con la reciente finalización de un proceso constituyente largo y estéril. En fin, el tono ambiente general destaca por el arraigo de altos niveles de desconfianza en la institucionalidad y, en alguna medida, de “todos con todos”. Acorde a la situación, para 2024 las expectativas más entusiastas se cifran en corregir el rumbo en algunos de los campos señalados, partiendo por el combate de los delitos, de cara a reducir la falta real de seguridad que experimenta la población. Las soluciones a los severos problemas existentes en la sociedad acaparan la atención inmediata, fijan la mirada en un horizonte de corto plazo, pues se trata de “urgencias” cada vez más acuciantes. No parece haber más alternativa que concentrase en hacerse cargo de ellas. Por cierto, no se trata de poca tarea.

Sin desmedro alguno de la ingente dificultad que significa para el país encarar la suma entrelazada de sus graves falencias, el escenario es todavía más sombrío: Chile adolece de un proyecto nacional de largo plazo. ¿Para dónde va? ¿Qué visión lo inspira? ¿A dónde quiere llegar? No existe un propósito claro, salvo el deseo instintivo (no siempre nítido) de salir del atolladero donde se encuentra. La Nación “marca el paso” inmerso en la mediocridad, ciega respecto a su futuro. Las elecciones municipales y de gobernadores (2024) y las de presidente y el Congreso (2025) parece ser el punto de referencia más lejano que se avizora. O, tal vez, simplemente sea la espera resignada del término del periodo de gobierno en marcha. ¿En qué quedó el sueño de llegar a ser un país desarrollado en 10 o 15 años por delante? ¿Es siquiera pensable un objetivo como ese en la actualidad? ¿O sólo resta rumiar un nuevo fracaso, otra frustración histórica?

La ausencia de un designio integral de largo aliento que oriente la acción, que dote de objetivos comunes abriendo la posibilidad de mayor unidad en el país, que permita imprimir cierta mística al cuerpo social, es una carencia altamente onerosa. Sin lugar a duda, su persistencia únicamente puede contribuir a profundizar la crisis actual. No obstante, puestos en plan positivo, también genera una oportunidad señalada para proponer a la Nación un “sueño realizable”, un panorama de desarrollo integral, una épica común aglutinante. Para ello, se requiere grandeza. Es un desafío difícil, pero no imposible.

Por Álvaro Pezoa, ingeniero comercial y doctor en Filosofía