Columna de Antonia Larrain: Los estándares de conocimiento de las humanidades y ciencias sociales

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Pablo Ortúzar en su columna del día 26/05, titulada “Academia sin parodias”, levanta la pregunta fundamental por los estándares de conocimiento de las humanidades y ciencias sociales. Esta pregunta nos interpela particularmente como universidad, que ha cultivado estas áreas del saber preferentemente. La diseminación de la desconfianza en la ciencia ha sido un instrumento poderoso para la instalación de agendas corporativas, lo que queda bien ilustrado en el libro de Naomi Oreskes, Why trust science? El éxito de esta tarea debe preocuparnos, pues el conocimiento científico de las distintas áreas del quehacer es un activo fundamental para democracias que aspiran a ofrecer soluciones de calidad a sus problemas, y hacerlos de manera cohesionada y pacífica. Por eso debemos enfrentar este debate seriamente y basados en evidencia.

La columna plantea que, a diferencia de las ciencias naturales y exactas, las ciencias sociales y humanidades carecen de estándares y metodologías validadas y comunes (siguiendo una combinación de A. Compte y T. Kuhn). El problema es que, tal y como argumenta Oreskes, los métodos de investigación en sí mismos no son los criterios que definen la calidad del conocimiento científico. Es la gobernanza propia de la ciencia, basada en sistemas de revisión crítica de pares a distinto nivel (publicaciones, procesos de categorización académica, adjudicación de fondos para investigar, entre otros), la que establece la calidad de una pieza de conocimiento y su posibilidad de establecerse como un consenso científico. Requisitos fundamentales para que estos sistemas de gobernanza funcionen, y nos permitan confiar en la ciencia que se produce, es la diversidad epistémica de estos cuerpos colegiados, la posibilidad del disenso y funcionamiento de múltiples perspectivas y, a través de estos, la limitación de sesgos ideológicos, políticos o de otro tipo.

La columna en cuestión asume que una falencia a este nivel sería más evidente en las áreas de ciencias sociales y humanidades. Necesitamos evidencia para sostener una afirmación así. Una manera de examinarlo sería a través de las revistas en las que estamos publicando por áreas de conocimiento (lo que no es directa función de la gobernanza de la ciencia, pero es un dato disponible). Si se examinan las publicaciones de la Universidades chilenas en la base de datos WOS entre 2014 y 2023, se observa que mientras un 47,3% de las publicaciones de ciencias naturales que hizo el sistema universitario en este período lo hizo en revistas del primer cuartil (ranking que considera factor de impacto, número de citaciones e indexación), en ciencias sociales ese porcentaje corresponde a un 30% y en artes y humanidades a un 26,7%. Si bien esto podría darle la razón a Pablo Ortúzar acerca de la existencia de diferencias entre áreas, no se la da en las razones supuestas de estas variaciones (mayor sesgo ideológico en unas que en otras), pues: (1) se observan diferencias entre universidades (es decir, no es claro que sea un problema de áreas); (2) pero estas diferencias no se dan en función de sus proyectos educativos. Habría que ver, entonces, cómo se sostiene la idea de que la producción en ciencias sociales y humanidades ligada a ciertas tendencias políticas serían de peor calidad que otras ligadas a tendencias diferentes.

En conclusión, si bien es necesario evaluar constantemente la calidad del conocimiento que producimos a nivel nacional con altos estándares exigentes, es importante hacerlo cuidando una piedra angular de las democracias contemporáneas: la confianza en la ciencia. Como señala Naoemi Oreskes: “Suprimiendo sus valores e insistiendo en la neutralidad valórica de la ciencia, científicos han andado un camino equivocado. Han errado en pensar que la gente confiaría en ellos si piensan que la ciencia es libre de valoraciones”.

Por Antonia Larrain, vicerrectora de Investigación y Postgrado Universidad Alberto Hurtado

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