Columna de Ascanio Cavallo: Cambio de paisaje
Las elecciones de este fin de semana entregaron varias de las ambigüedades que son características de las municipales y regionales, pero hay una que no: el oficialismo sufrió un duro castigo, tal vez algo menos del que algunos esperaban después del escándalo Monsalve, pero mucho más de lo que hubiese proyectado, digamos, hacia mediados del año. Siempre habrá quien diga que hay meritorios elementos de resiliencia en un gobierno que ha sufrido de todo. Siempre hay explicaciones para todo.
En la segunda elección de gobernadores desde la creación de esta autoridad regional, la coalición oficialista perdió a lo menos dos (una por mayoría, otra porque ni siquiera logró el segundo lugar), retuvo sólo una y tendrá que enfrentar una ardua segunda vuelta en otras once, incluyendo la que se daba por segura, la Metropolitana, con el ex DC Claudio Orrego, cuya victoria debía catapultarlo hacia la condición de presidenciable.
El proceso de segunda vuelta -fijada para el 24 de noviembre, poco después del probable cambio de gabinete- se ve muy amenazante, no sólo porque están en riesgo sus candidatos, sino porque se convertirá directamente en una competencia entre oficialismo y oposición, un plebiscito sobre el gobierno a un año de las presidenciales.
Como siempre, en la categoría de los alcaldes hay candidatos que se merecían la derrota y otros que no se merecían el triunfo. Pero en los números totales, el oficialismo también perdió un número significativo de alcaldes en comunas estratégicas (Santiago, Nuñoa, San Miguel, Independencia).
Con los resultados a la medianoche, las cifras provisorias indican que dentro de la coalición gobernante se vio fortalecido el Frente Amplio (con la más que simbólica victoria del alcalde de Maipú, Tomás Vodanovic, que ha pasado a convertirse en su figura principal, aunque con un discurso centrado en la gestión parece apuntar a la crítica de muchos de sus comilitantes), mientras que se debilitó el Socialismo Democrático y el Partido Comunista.
El panorama presidencial también se ha revuelto crucialmente: a la catástrofe del Ministerio del Interior, que hiere en el ala a Carolina Tohá, se ha sumado la dañada posición de Claudio Orrego, que enfrentará una complicada segunda vuelta. Eso casi deja un terreno baldío para el Frente Amplio, aunque para eso falta un largo trecho.
En la oposición, el Partido Republicano logró plantear un desafío a Chile Vamos, sin el éxito apabullante que hubiera deseado, pero sin el fracaso que lo hubiese encaminado hacia un final prematuro. Desde el punto de vista simbólico (no numérico), los republicanos consiguieron una situación de empate en el reconocimiento del conjunto de la oposición -anticipado por un acuerdo de última hora de apoyo mutuo con la UDI- en cuanto a que ya no se puede prescindir de ellos.
El panorama presidencial de la oposición es sólo aparentemente más simple. La candidatura de Evelyn Matthei parece haberse consolidado, aunque la sombra de José Antonio Kast no se ha esfumado, pero no es fácil ver cuál podría ser la cadena de sucesión.
El resultado de las elecciones es una mala noticia para el gobierno en el momento más débil de su trayectoria, una fase sólo comparable con la que siguió a la derrota de la Convención Constitucional. La complicación principal es que, de momento, no hay forma de que pueda culpar por ello a la oposición, que más bien se ha visto reanimada por la sucesión de errores de La Moneda.
Por Ascanio Cavallo, periodista y escritor.
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