Columna de Ascanio Cavallo: Desenfunda tu arancel

U.S. President Donald Trump meets with Japan's Prime Minister Shigeru Ishiba at the White House


El Presidente Donald Trump empezó a desordenar el mundo. Una de sus primeras fintas fue enviar dos aviones con deportados a Colombia, ante lo cual el aficionado Gustavo Petro respondió con un desplante del que tuvo que retroceder unas horas después. La amenaza que amilanó a Petro es el arma predilecta de este segundo Trump: aranceles.

Con esa misma pistola consiguió que la mucho más astuta Presidenta de México, Claudia Sheinbaum, le propusiera una conversación. El diálogo -“amistoso”, dijeron ambos- terminó con el compromiso de la Presidenta de enviar cien mil hombres armados a reforzar su frontera norte. México se había mostrado resbaloso y renuente a tomar medidas de ese tipo, pero aranceles de 25% sobre todos sus productos herirían demasiado a su economía. O eso pensó.

No es la única. Hay muchos países asustados. Y algunos líderes han aprovechado el momento para infatuarse en patriotismo anunciando represalias del mismo tipo. Pero el reputado economista Dani Rodrik ha sostenido que la forma de enfrentar estas amenazas es no darles importancia. Como es obvio, los aranceles se trasladan a precios, lo que quiere decir que quienes terminan pagando más son los consumidores estadounidenses, no los que les venden sus productos. Por tanto, no es una política sostenible, y es menos sostenible responder con tarifas vengativas. Eso, dice Rodrik, sólo empobrece a todos. Pero asusta. Y eso es todo lo que Trump busca. Lo mejor que pueden hacer los países asustados (como Chile, con su cobre amenazado por más aranceles) es mantener la cabeza fría y retener la lección de Rodrik.

En cuanto a Canadá, también consiguió el compromiso de tomar nuevas medidas para detener el tráfico de fentanilo, aunque es posible que le haya dado un nuevo aire al Partido Liberal, que había tocado sus cotas más bajas de popularidad. El prestigio político del primer ministro Justin Trudeau estaba tan por el suelo, que renunció el 6 de enero, para adelantar al 23 de marzo las elecciones federales, y era seguro que las ganaría la oposición hasta antes de que Trump amenazara la soberanía canadiense.

El fentanilo, hay que decirlo, es la droga más peligrosa de estos días y demasiados gobiernos no se la toman suficientemente en serio. A comienzos del año pasado, un súbito despliegue armado del narcotráfico casi derriba al estado de Ecuador. Fue una enorme luz amarilla. Sin embargo, ¿qué ha hecho Latinoamérica? Nada. El gobierno de Trump al menos tiene una hipótesis: el fentanilo puede estar siendo usado como una herramienta de desestabilización por el gobierno de China, que es donde se produce la mayor parte del opioide.

En Panamá, el secretario de Estado Marco Rubio consiguió que el gobierno rescindiera su adhesión a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, el principal instrumento de infraestructuras del gobierno chino. Este sí que es un golpe inmenso para la diplomacia china. No sólo se trata de uno de los puntos más sensibles del globo, sino de que, en conjunto, la iniciativa de la Franja y la Ruta ya no ofrece tanta certeza para los 68 países (incluido Chile) que la han suscrito.

En resumen: a Trump no le ha ido tan mal. Por supuesto, ha hecho decenas de otras cosas y ha sembrado más incertidumbre que ningún gobierno anterior de Estados Unidos. Retiró al país de la OMS, cuya conducta en la pandemia del Covid-19 fue seriamente discutida (otra vez, por la influencia de China), pero ahora el régimen de Daniel Ortega retiró a Nicaragua de la FAO porque esta denunció la presencia de una crisis alimentaria. ¿Qué es peor?

El ventilador de Trump está desarmando el sistema multilateral que siempre ha detestado. Trump quiere dejar claro, aún en el plano simbólico, que en el mundo hay una sola potencia hegemónica y que está dispuesto a usar su inmenso poder, comercial, económico y militar, para que todos reconozcan esto.

Pero la amenaza arancelaria tiene algo de comedia, un aspecto ridículo, como el de los disfraces de Halloween. Lo mismo ocurre con el multilateralismo. Si Trump puede dañarlo con un par de órdenes ejecutivas, quiere decir que algo previo andaba profundamente mal en él. En lugar de expandirse la democracia, cada año caía un país en manos de algún autócrata. En verdad, Estados Unidos tiene muchos más instrumentos que estos para intervenir en el mundo. El aspecto circense de los anuncios de Trump hace olvidar esto, y a veces ignorar que el cambio tiene dimensiones mucho más profundas.

En las explicaciones de por qué Trump ganó las elecciones tan holgadamente aparece con frecuencia la idea de que Estados Unidos ha estado entregando mucho dinero a organismos que no hacen más que despreciarlo. En algún momento, dicen, iba a ocurrir esto. Alguien iba a poner un freno violento a la estratosférica deuda pública, que casi no se refleja en una mejoría sustantiva de las prestaciones estatales para los estadounidenses. Otra idea reiterada: el país se veía estancado o en decadencia. El Partido Demócrata, Joe Biden o Kamala Harris ofrecían más de lo mismo. Un imperio estancado es un imperio en trance de extinción y hacia allá lo llevaba la “guerra cultural” librada por los jóvenes liberales. Trump aparece en esas versiones como un cruzado que viene a restaurar un orden a punto de ser dañado mortalmente.

Hace justo 10 años, el politólogo Pierre Hassner, adelantándose a ver un período de anarquización en el mundo, decía que el gran problema contemporáneo “no es la hegemonía, sino el desorden”. Le faltó agregar que el desorden podía ser otra forma de hegemonía.

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