Columna de Ascanio Cavallo: Final de partido
Cuatro años de debate constitucional, el equivalente de un período presidencial, quedan atrás con el inequívoco rechazo del proyecto del Consejo Constitucional. Aunque se han plebiscitado dos proyectos antagónicos -el de la Convención y el del Consejo-, en realidad se ha discutido sobre cuatro, si se añaden el texto vigente y el elaborado por la Comisión Experta. Prácticamente todos los modelos de deliberación fueron ensayados. Y el resultado final revela que el país tiene un desacuerdo fundamental, que por ahora sólo modula, templa y arbitra la Constitución vigente.
Los dos rechazos sucesivos dicen algo a la política, por supuesto, pero antes que eso expresan la resistencia a la ciudadanía a ser manipulada desde un marco jurídico con signo ideológico. De la derrota de los dos proyectos se debería concluir que los chilenos aspiran a un marco de la mayor neutralidad; y que, si la neutralidad total de una Constitución es imposible, al mismo tiempo es un ideal al que no se puede renunciar.
El texto derrotado ayer cumplía, desde el costado opuesto, lo mismo que había pretendido el que fue derrotado en septiembre del 2022: encaminar al país por una senda forzada, comprometida con un solo proyecto posible. Y ambos presumían -más el de la Convención que el del Consejo- de ser la solución a las demandas surgidas del estallido del 2019. Como dijo ayer el exministro comunista Marcos Barraza, los problemas que dieron origen a ese fenómeno siguen vigentes. Pero de ello no se sigue que su solución sea constitucional, sino, después del resultado de ayer, que más bien no lo es.
El Partido Republicano tuvo la completa hegemonía para elaborar este segundo proyecto, lo que significó emprender un completo viraje discursivo para intentar adecuarse a su posición inicial, que era el rechazo a la reforma de la Constitución. No pudo. Sobre todo, no pudo contener el deseo de elaborar una Constitución con su sello ideológico, incluso a pesar del esfuerzo por incluir a parte del fragmentado centro político. Simplemente, la tentación fue mayor.
Uno de los problemas cognoscitivos más serios de las ciencias sociales se produce cuando sus intelectuales confunden sus propias metáforas con la realidad. Las metáforas pueden iluminar la comprensión de un problema, pero hasta ahí llegan. La realidad social siempre es más compleja, exige más rigor. Cabe a la izquierda, alentada por la experiencia del “socialismo bolivariano” y por las metáforas de algunos gurúes locales, haber abierto el proceso de estos cuatro años con la interpretación de los sucesos del 2019 como un “momento destituyente” que en seguida se convertía en “momento constituyente”. Ayer el Presidente declaró que el proceso “estaba destinado a traer esperanza, pero finalmente ha generado frustración y hasta hastío”. Es una interpretación impecable. Sólo hay que agregar la pregunta de por quién y por qué “estaba destinado”, vale decir, a qué construcción intelectual se le pudo llamar destino.
La historia dirá si, a final de cuentas, este proceso tuvo su valor cívico y no fue mero desperdicio. De momento, la elocuente derrota de la derecha en el plebiscito de ayer produce un cierto recentramiento, que sigue siendo representado por la Constitución que el gobierno de Lagos dotó de “un estándar democrático”, como dijo en su momento, y que por opacos motivos no ha vuelto a defender (no sólo Lagos, sino quienes representaron a su gobierno).
Esta vuelta de péndulo significa también un momento de alivio para el gobierno en momentos en que lo ha estado pasando más mal de lo usual. No puede ser demasiado triunfalista -también lo dijo el Presidente-, porque, zanjada la discusión constitucional durante su mandato, se harán más visibles las carencias políticas que hasta aquí le han impedido afrontar las mayores urgencias. El riesgo de siempre: que el rey quede desnudo.
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