Columna de Bastián Romero: Tributar como en Estonia
En vista al debate tributario que parece no tener consenso, propongo aprender del país que ha tenido los impuestos más competitivos del mundo nueve años consecutivos: Estonia.
Después de la invasión soviética en 1940, los estonios vivieron en el comunismo y la miseria por más de 50 años. Sin embargo, en 1991, readquirieron su independencia y adoptaron una economía de libre mercado. Hoy, Estonia es un país desarrollado con la 6.a economía más libre del mundo en el ranking de Heritage Foundation y con el 13.er puesto en el ranking de capital humano del Banco Mundial, superando en este último a países como Noruega, Dinamarca y Nueva Zelanda.
De este modo, Estonia es uno de los países más digitalizados del mundo, donde el 99% de los trámites burocráticos del Estado —como votar en elecciones o renovar pasaporte— pueden realizarse por Internet. En educación, Estonia superó a todos los países desarrollados de occidente en las pruebas PISA 2018 y lo hizo con un gasto estatal por estudiante menor al de todos ellos. Además, Estonia es un país muy limpio, ya que ocupa el puesto número 14 en el ranking de los países con la naturaleza más sana del mundo, y logra la misma posición en el ranking de menor percepción de corrupción (a la par con Islandia y Canadá). Sin embargo, el progreso estoniano no se detiene ahí, pues el mes pasado su parlamento aprobó la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, convirtiendo a Estonia en la primera nación exsoviética en hacerlo.
El éxito económico y social de Estonia se debe, principalmente, a una estructura tributaria simple y amigable con el emprendimiento. Las empresas estonianas pagan 20% de impuestos sobre sus ganancias (frente al 23,6% promedio de la OECD), y se reduce a 0% si la empresa decide reinvertir esas ganancias en sí misma. Adicionalmente, la digitalización y simplificación de los impuestos logran que muchos emprendedores estonianos paguen sus contribuciones por Internet en tan solo 3 minutos, dándole a este país una ventaja afilada sobre el resto de la OECD, cuyo promedio de tiempo desperdiciado en averiguar cuánto se debe pagar al Estado es de 44 horas al año y requiere contratar una manada de contadores. Asimismo, el formulario para registrar un emprendimiento en Estonia toma 18 minutos en completar y, en un promedio de 18 días, el negocio estaría listo para operar (el promedio OECD es de 23 días y el de Chile 29 días).
Con todo, en 2020, Estonia fue el país que abrió la mayor cantidad de empresas per cápita en el planeta, superando a Hong Kong y Nueva Zelanda, y duplicando el registro de Chile.
Los impuestos individuales no se quedan atrás. Al puro estilo de Milton Friedman, Estonia aplica un impuesto a la renta plano: todos los adultos tributan el 20% de sus ingresos, con limitadas exenciones en el rango de bajos ingresos para mantener progresividad. Así, Estonia nos demuestra que la simplicidad del impuesto plano promueve la comprensión del sistema y minimiza la evasión por parte de empresas e individuos.
Hace tan solo 28 años, Chile tenía un PIB per cápita levemente mayor al de Estonia. Ahora, gracias a su estructura tributaria fomentadora de emprendimientos y su cultura trabajadora con la 3.a productividad más alta del planeta, la nación báltica tiene 1,5 veces el ingreso chileno y es líder mundial en desarrollo humano.
Si vamos a reformar la forma en que pagamos impuestos en Chile, que sea a lo Estonia: digital, simplificada, altamente eficiente y que fomente el libre mercado.
Por Bastián Romero, investigador de la Fundación para el Progreso.