Columna de Benjamín Salas: Cooperación internacional, un deber del Estado

El sistema de cooperación internacional está en crisis, pero no podemos abandonarlo.
La administración Trump decidió desmantelar la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (“USAID”, por sus siglas en inglés). EE.UU. es el donante más grande del mundo, y por ello, la decisión del Presidente Trump pone en peligro a millones de personas que dependen de la asistencia americana. En Europa, los gobiernos enfrentan la presión de ciudadanos que reclaman contra el uso de sus impuestos para ayudar a comunidades que viven a miles de kilómetros de distancia.
Es cierto que las agencias de cooperación son, a veces, órganos ineficaces y despilfarradores. También es cierto que el Estado debe, en primer lugar, velar por el bienestar de sus ciudadanos. Las críticas son atendibles. Sin embargo, la cooperación internacional es un deber del Estado. Primero, es una línea de oxígeno para miles de personas que viven sin servicios básicos o sufren los efectos de un conflicto armado. Segundo, es un mecanismo para enfrentar problemas globales que nos afectan directamente, como la migración irregular o el calentamiento global. Tercero, es un instrumento de soft power para promover valores como el estado de derecho, la democracia y la economía de mercado. Da lo mismo por donde se le mire (o si nos motivan consideraciones solidarias o egoístas) porque la conclusión es siempre la misma: necesitamos cooperación internacional.
Entonces, ¿qué hacemos con un sistema necesario pero que no funciona bien? Reformarlo. Nuestra tarea, en Chile, es contribuir a repensar el sistema de cooperación internacional para corregir los errores y atender a las legítimas preocupaciones de la ciudadanía.
Lo primero, y esto es algo obvio, las agencias y otros mecanismos de cooperación deben ser más ágiles y menos burocráticos. Menos políticos y más tecnócratas.
Lo segundo es reducir y regular a los actores intermediarios que reciben fondos del gobierno y contratan a los actores locales. En EE.UU., los intermediarios se convirtieron en captadores expertos de fondos gubernamentales que desde Washington D.C. dirigían a sus socios locales. Aunque la mayoría no lucra, sí empujan sus propios intereses, religiosos o políticos, e imponen su agenda a los actores locales. En la medida de lo posible, es mejor colaborar directamente con agencias locales, pues ellos conocen mejor las necesidades comunitarias.
Lo tercero es fomentar la creación de un mercado local, para que la solución al problema sea sustentable. Esto es especialmente cierto cuando se trata de cooperación para el desarrollo económico. La cooperación internacional debe ser un medio y no un fin. Por ello, los actores locales deben poder generar ingresos en los proyectos que participan, para así autofinanciarse progresivamente y dejar de depender de la ayuda extranjera.
En breve, la cooperación internacional debe ser un medio para fomentar pero no sustituir el desarrollo de la actividad económica.
El sistema de cooperación internacional está en crisis, pero no podemos abandonarlo.
Por Benjamín Salas, abogado, colaborador asociado de Horizontal
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