Columna de Bjorn Lomborg: Educación, invertir en las políticas más efectivas permitirá mejorar el aprendizaje
Un tema en el que los contribuyentes y los políticos están de acuerdo, prácticamente en todas partes, es que hay que destinar más dinero a la educación de los niños. Parece una obviedad: una mejor educación significa un mejor comienzo en la vida. Pero hay que tener cuidado. Muchas de las inversiones más populares en educación apenas aportan aprendizaje, mientras que rara vez oímos hablar de las inversiones más efectivas.
A principios de la década del 2000 y con el apoyo de líderes carismáticos y políticos, el programa “Un portátil por niño”(One Laptop per Child, OLPC por sus siglas en inglés) se promocionó como un cambio revolucionario en la educación: se suponía que era “la computadora portátil salvaría al mundo”. Sin embargo, cuando finalmente se evaluó la política, no se observó “ningún impacto en el rendimiento académico ni en las habilidades cognitivas”.
Según los últimos datos disponibles del Banco Mundial de 2017, Chile gasta alrededor de US$2800 por alumno de primaria cada año. Sería útil plantearse si ese dinero podría gastarse mejor. De hecho, es fácil gastar una fortuna en iniciativas bienintencionadas que aportan poco o ningún aprendizaje. India aumentó el gasto por alumno de primaria en un 71% en sólo 7 años, pero los resultados de los exámenes de lectura y matemáticas descendieron drásticamente. Indonesia duplicó el gasto en educación para pagar más a los profesores y conseguir el menor número de alumnos por clase del mundo; sin embargo, un amplio estudio aleatorio controlado demostró que esto no tuvo absolutamente ningún impacto en el aprendizaje de los alumnos.
De hecho, los enfoques adoptados con más frecuencia por los gobiernos, como aumentar los salarios de los profesores, reducir el número de alumnos por clase y construir más escuelas, son costosos y contribuyen poco o nada al aprendizaje. Sin embargo, suelen ser las soluciones a las que recurren para cumplir compromisos internacionales como las promesas educativas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Estos objetivos de gran alcance han sido acordados por todos los gobiernos del mundo, pero sus promesas educativas para 2030 son imposiblemente ambiciosas. Según las mejores tendencias actuales, llegaremos al menos con un cuarto de siglo de retraso.
De hecho, el mundo está fracasando en todas sus promesas, desde el hambre y la pobreza, pasando por el clima y la corrupción, hasta la salud y la desigualdad. La razón está clara: los políticos decidieron prometerlo todo. Las actuales prioridades mundiales incluyen 169 promesas imposibles de cumplir. Tener 169 prioridades es lo mismo que no tener ninguna.
Este año, el mundo se encontrará en la mitad del plazo para cumplir sus promesas para 2030, pero no estará ni cerca de la mitad de camino. Es hora de identificar y priorizar las políticas más eficaces. Mi grupo de reflexión, el Copenhagen Consensus, está haciendo exactamente eso: junto con varios premios Nobel y más de un centenar de destacados economistas, llevamos años trabajando para identificar dónde cada peso puede aportar el mayor beneficio.
El problema es urgente para la mitad más pobre del mundo. La mayoría de los niños van a la escuela, pero aprenden poco. De casi quinientos millones de niños de primaria, aproximadamente el 80% no aprende las habilidades mínimas de lectura y matemáticas. En lugar de prometer de forma poco realista cientos de miles de millones de dólares para conseguir poco o ningún aprendizaje adicional, deberíamos buscar primero soluciones inteligentes y efectivas
Nuestra nueva investigación revisada por expertos, demuestra que dos políticas accesibles pueden marcar una diferencia asombrosa.
El primer enfoque probado ayuda a los alumnos a aprender de forma más eficaz. Casi universalmente, las clases escolares ponen a todos los niños de nueve años en un curso, a los de diez en otro, etc. Pero muchos de los niños de cada una de esas clases están muy atrasados y dispuestos a abandonar o muy adelantados y aburridos.
Una forma efectiva de solucionarlo es utilizar tablets para enseñar a los alumnos una hora al día. Con software educativo existente, la tablet evalúa rápidamente el nivel del alumno y empieza a enseñar exactamente a ese nivel. Durante una hora al día, se enseña a ese alumno en su nivel adecuado, impulsando el aprendizaje. Al cabo de un año, las pruebas demuestran que el alumno ha aprendido lo que normalmente le habría llevado tres años completos.
La segunda estrategia probada es la “pedagogía estructurada”, que ayuda a los profesores a enseñar mejor. Un ensayo en Kenia tuvo tanto éxito que el enfoque se adoptó en todo el país. Con un año completo de planes de enseñanza semiestructurados, entrenamiento y mensajes de texto alentadores, el proyecto ayuda a los profesores a impartir una enseñanza más atractiva y útil. Los estudios demuestran que se consigue un aprendizaje equivalente a casi un año más de escolarización.
Cada año adicional de aprendizaje no sólo mejora las perspectivas de un niño a lo largo de su vida, sino que también beneficia a toda la economía de un país. Aplicar estas dos políticas en la mitad pobre del mundo costaría menos de 10.000 millones de dólares, pero generaría un crecimiento de la productividad económica a largo plazo por valor de más de 600.000 millones de dólares. Cada dólar aporta 65 dólares de beneficios sociales.
Esto es mucho más efectivo que las actuales promesas de gastar cientos de miles de millones en iniciativas que contribuyen poco o nada a mejorar el aprendizaje.
Mejorar el futuro de los niños es, en efecto, una obviedad. Teniendo en cuenta nuestros escasos recursos, deberíamos dar prioridad al gasto de 10.000 millones de dólares en enfoques probados y eficaces y cumplir la promesa educativa más importante de todas: optimizar radicalmente el aprendizaje.
Por Bjorn Lomborg, presidente del Copenhagen Consensus Center y visiting fellow en Hoover Institution de la Universidad de Stanford.
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