Columna de Boris Yopo: ¿Un no alineamiento en política exterior en el siglo XXI?
Las sucesivas crisis que vive el mundo hoy, y el reordenamiento geopolítico global que estamos viendo, han llevado a varios a plantear la necesidad de repensar el no alineamiento como estrategia para países medianos y pequeños, que buscan resguardar márgenes de autonomía ante la creciente disputa de grandes potencias y bloques regionales, en el complejo escenario global actual. Por cierto, el movimiento de países no alineados sigue existiendo, pero con el fin de la Guerra Fría perdió relevancia, y su accionar es casi inexistente hoy.
Cabe recordar que este movimiento se formó a comienzos de los años sesenta del siglo pasado, impulsado por líderes de países emergentes y potencias medias, varios saliendo del período colonizador, y que entonces buscaban no verse atrapados en la contienda global entre Estados Unidos y la entonces Unión Soviética, y que además buscaban en este movimiento protección y apoyo político frente a las presiones ejercidas por las grandes potencias. En esa época, el movimiento no estuvo exento de tensiones, y unos de los mayores enfrentamientos fue en la reunión Cumbre de La Habana en 1980, cuando Fidel Castro intentó que los no alineados declarasen que el campo socialista liderado por la URSS eran los “aliados naturales” del movimiento, algo a lo cual el líder yugoslavo Tito se opuso, temeroso del control soviético sobre este movimiento.
Y hoy, muchos países medianos y pequeños vuelven a encontrarse en una encrucijada, no ya de un mundo unipolar controlado por Estados Unidos, como algunos pensaron en los años noventa, sino en un escenario mucho más “líquido”, donde junto a una creciente disputa global entre este país y China, hay rivalidades y enfrentamientos en diversas áreas regionales entre potencias medianas, que tensionan a otros países que geográficamente se encuentran en el entorno inmediato de estas situaciones de conflicto. Y entonces, en un escenario como el ya descrito, muchos planificadores de política exterior se plantean ahora cómo resguardar y promover los intereses nacionales esenciales, asegurando márgenes de autonomía mínimos frente a las inevitables asimetrías y presiones que siempre existen en las relaciones internacionales.
Pero, además, no se trata solo de las asimetrías frente a otros Estados poderosos. Hoy, muchos países se ven enfrentados también a grandes corporaciones, que en ocasiones tienen más poder que los propios Estados, y que, además, son apoyadas por el país donde están radicadas sus casas matrices. Ante esto, surge entonces como imperativo la necesidad de conformar alianzas regionales y con “países afines”, de manera de potenciar la capacidad negociadora frente a potencias y corporaciones de gran poder. Así lo hace la Unión Europea, por ejemplo, que ha aplicado restricciones y sanciones colectivas a diversas corporaciones multinacionales.
Y aunque a algunos no les gusta revivir el término, el no alineamiento significa otra forma de decir más autonomía estratégica, sobre todo para países pequeños y medianos, porque tiene como supuesto y requisito subyacente la conformación de alianzas que maximicen la capacidad negociadora de los países. Por otra parte, el no alineamiento no implica necesariamente neutralidad ni equidistancia en la pugna, reordenamientos y conflictos que hoy vive el mundo. Es decir, se puede concordar con alguna gran potencia en algunos temas, y en otros se pueden explicitar las diferencias. Si se piensa en relación a Estados Unidos, por ejemplo, nuestro país concuerda y repudia también la agresión de Putin a Ucrania, pero rechaza y denuncia la continuidad del embargo económico de este país contra Cuba.
Y si en términos valóricos nuestros principios de política exterior son una prolongación de aquellos que nos caracterizan como sociedad, y que conceptualmente nos ubican por razones históricas y culturales en la llamada sociedad occidental (democracia, derechos humanos, libertades civiles), ello no implica que nuestros intereses serán siempre concordantes con los de los grandes países de Occidente, y, además, un mínimo de realismo indica hoy que buena parte del mundo no está gobernado por democracias, y no lo estará tampoco en el futuro próximo. En un mundo diverso y complejo, hay entonces que adecuar los principios a realidades que están fuera de nuestro control.
En definitiva, la esencia del no alineamiento es hacer posible que países de menor peso en el sistema internacional puedan tomar, con mayores grados de autonomía, decisiones que resguardan y promueven sus intereses nacionales. El debate semántico sobre reactivar el uso de este término seguramente seguirá (aunque me parece de importancia secundaria), pero la necesidad a la que subyacentemente apunta es tan válida ayer como hoy (porque los actores internacionales con más poder, siempre, tarde o temprano, lo hacen sentir), y eso es lo que finalmente importa, más allá de las terminologías pasadas o presentes que se quieran usar.
Por Boris Yopo, sociólogo, analista Internacional y exembajador
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