Columna de Camila Miranda: Unidad con sentido
Europa se ha convertido en un vertiginoso campo de batalla político del ascenso de la ultraderecha. Paradojal y escalofriante espejo de lo que ocurrió hace casi 100 años en el mismo lugar. Si bien la tendencia viene en desarrollo hace tiempo, las elecciones al Parlamento Europeo encendieron todas las alarmas al obtener las fuerzas de extrema derecha más del 25% de los escaños. Si bien por mucho tiempo habían sido una minoría, cada día parece menos lejana la opción de que puedan ser gobierno en estos países.
El último de estos duelos ocurrió en Francia este mes. Tras la elección del Europarlamento, Macron disolvió la Asamblea Nacional y llamó a elecciones generales, apareciendo la ultraderecha como la gran candidata a ganar los comicios. Afortunadamente, el pueblo francés respondió. Las izquierdas, desde la “Francia Insumisa” de Mélenchon al Partido Socialista, se agruparon en un “Nuevo Frente Popular” con un programa común. En la segunda vuelta, tanto el NFP, como Le Ensemble (la alianza de centro que lidera Macron) acordaron dejar un solo opositor a la ultraderecha. El resultado renovó esperanzas en todas las fuerzas democráticas del globo: El NFP obtuvo 182 escaños y se convirtió en la primera fuerza del parlamento; el partido de Macron quedó segundo con 168, y la Agrupación Nacional quedó finalmente en tercer lugar con 143 diputados.
Después del alivio, a quienes compartimos la preocupación por el avance de la derecha extrema nos corresponde atacar las causas de su crecimiento. Quienes han estudiado este fenómeno coinciden en el impacto que la precarización de las condiciones de vida de grandes mayorías ha tenido en el crecimiento de derechas radicales. En las últimas décadas, la vida de millones de personas trabajadoras se ha vuelto más insegura e inestable por el desmantelamiento de la protección social, los retrocesos en materia de legislación laboral, el debilitamiento de los servicios públicos a causa de los recortes fiscales, el cierre de fábricas y fuentes laborales que se han movido a países más desregulados y con mano de obra más barata, y significativas olas migratorias.
La lección de Francia para la política local es clara: la unidad de las izquierdas, y la firmeza de la derecha democrática, es vital para poner freno a la ultraderecha. Pero no basta con evitar que lleguen al poder, es preciso atacar las causas que están detrás y conectar la política a los intereses vitales, materiales y culturales de las grandes mayorías populares. Solo así el cerco contra la ultraderecha será duradero.
Así, en los procesos electorales que se aproximan, la unidad debe tener sentido. Para evitar que crezcan planteamientos como los que se realizaron en el proceso constitucional, que incluían retrocesos en los avances que con dificultades hemos construido (aborto en tres causales, recursos para municipios, que cada espacio vital no dependa solo del tamaño del bolsillo), la unidad se debe traducir en un planteamiento común al país, de desarrollo justo, con seguridad sin segregación, con derechos que permiten la libertad de todas y todos.
Una política capturada por intereses ajenos a las grandes mayorías es la que ha construido incerteza en la vida, y alimentado el crecimiento de la ultraderecha. Por ende, lograr que la propia política gire en la dirección de la protección de la vida y la estabilidad de las personas, debe ser la prioridad.
Por Camila Miranda, presidenta de Nodo XXI