Columna de Camilo Feres: el año de la coalición
Un proyecto político es una mesa de cuatro patas que, para sostener una empresa como la de ser gobierno, necesita contar con un líder; un partido; un programa y una alianza. Y una de las tantas particularidades del gobierno actual es que ha debido construir esa mesa en el camino: ni el líder, ni el programa, ni el partido, ni la alianza son los que partieron en la largada.
Esta estiba en movimiento de un proyecto político ha dado y seguirá dando motivos para el análisis y la crítica. Ahí donde algunos ven flexibilidad y capacidad de aprendizaje, otros ven improvisación y volteretas. Probablemente exista un poco de cada una, pero al asomarse ya el último año de gobierno, el tema central no es qué es lo que se ha hecho hasta ahora sino lo que se va a dejar para el siguiente ciclo.
El que comenzará en pocos días será, otra vez, un año electoral. Y el Gobierno se juega en éste su capacidad para convertir lo que con pragmatismo ha armado en el camino, en un proyecto capaz de sobrevivirlo. No es tarea sencilla, ninguno de los últimos cuatro gobiernos ha podido entregar la banda a un candidato de su signo y en lo que toca a la centroizquierda, esas derrotas terminaron también con la coalición que les dio sustento.
Los esfuerzos del Gobierno por construir una oferta electoral unitaria en la pasada elección municipal, así como su llamado explícito a sus partidos para consensuar un procedimiento similar para los comicios que vienen, dan cuenta de un diseño que ha puesto como derrotero la consolidación del oficialismo en un proyecto político con proyección en el tiempo.
Para esta empresa, la fragmentación del sistema político y sus incentivos facciosos juegan en contra. También lo hacen la historia reciente, la desconfianza y las veladas cuentas por cobrar que tienen entre sí los distintos partidos y movimientos. Curiosamente, sin embargo, el no contar a la fecha con una figura de reemplazo nítida ha contribuido al entendimiento entre partidos y a mantener por más tiempo el liderazgo presidencial en esta materia.
Con todo, sigue siendo una empresa improbable y, por lo mismo, la construcción de una coalición que lo sobreviva podría ser el principal legado político del presidente Boric. De conseguirlo, no solo estaría superando la marca de su predecesora, sino que estaría contribuyendo a despejar un fantasma que ronda por las cabezas de muchos dirigentes del sector: la incapacidad histórica de las izquierdas de converger en un proyecto unitario de poder que sea sustentable.
Eso es lo que se juegan el Presidente y sus partidos en los primeros días del año que comenzará. De conseguirlo, sería un logro que podría asemejarse en lo simbólico a lo que fue la Unidad Popular pero que, en los hechos, se acercaría al otrora improbable acuerdo entre el centro y la izquierda (la experiencia de la Concertación), dotando a Boric de un lugar importante en la estantería de liderazgos de la izquierda criolla… Como decía el maestro Oogway de Kung Fu Panda, “uno suele encontrar su destino en el camino que toma para huir de él”.
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