Columna de Carlos Correa: El Titanic de la política
Parafraseando a Vargas Llosa, varios preguntarán cuándo se jodió la centroizquierda en Chile. Para una coalición que hace poco había tenido una victoria rotunda en gobernadores, que posee la mayor fuerza en el Congreso, llegar a distancia de los dos que pasarán a segunda vuelta, es una derrota histórica, por donde se le mire.
Una explicación que se dan muchos es que la exConcertación se negó a si misma y empezó a sentir vergüenza por los éxitos logrados durante los primeros años de democracia post Pinochet. Junto con recuperar la democracia logró un crecimiento económico como pocas veces en la historia, y redujo la pobreza a un tercio de lo que había recibido en 1990. Una serie de hechos llevó a sus propios líderes a negar lo realizado, y varios al alcanzar la cincuentena tuvieron un fervor revolucionario después de años siendo funcionarios del estado y creciendo a la sombra de los líderes de sus partidos.
Otra explicación posible es que la centroizquierda, y por rebalse la opción de Sichel representa aquella política de los 30 años que cayó bajo sospecha después del estallido de octubre de 2019. Más allá de la aparente prosperidad, una democracia que nunca dio mucho espacio a las personas, que acrecentó las desigualdades y que volvió a los chilenos endeudados para no caerse de la cinta movediza de la clase media, era inestable y los más castigados entonces eran las fuerzas políticas tradicionales.
Sin duda que Boric y su grupo dieron el “sorpasso” que nunca pudieron sus similares en España. No al nivel que soñaban. Se esfumó la ilusión de parecerse electoralmente a Lagos o Bachelet y les toca cuesta arriba la próxima contienda. Los resultados del candidato de Apruebo Dignidad se parecen más a los de Guillier en la elección pasada y no llegan a alcanzar siquiera la debacle de Frei Ruiz-Tagle en aquella fatídica primera vuelta de 2009. La tragedia de Boric es que la foto con los exponentes de los remedos de la Concertación lo deja del lado perdedor de la política tradicional. Pero, por otro lado, el purismo de su programa tampoco es capaz de convocar mayorías.
Lo que tenemos como mayoría cultural en esta elección es una antipolítica desatada. Por un lado, un candidato conservador que ha explotado hábilmente los temores de las personas con atajos en materia de seguridad ciudadana, crecimiento económico y migración. Por otro lado, la explosión del populismo telemático de Franco Parisi. El llamado economista del pueblo ocupó el espacio que había abandonado la Lista del Pueblo y Rojas Vade, construyendo en redes sociales, lejos de los medios y debates tradicionales, un discurso antisistema que lo convirtió en el dueño de la manzana de la discordia del repechaje.
No hay suma lineal posible en la segunda vuelta. La mejor prueba de ello es que los resultados del plebiscito, de las elecciones de gobernadores o de la Convención no son asimilables en modo alguno a esta primera vuelta. La antipolítica lo pintó todo de negro, como dice la canción de Rolling Stones. En ese espacio de sombras tendremos en un mes más una elección polarizada, llena de consignas y medias verdades, donde ganará el que demuestre ser capaz de hacerse cargo de la profunda crisis que estamos viviendo. Ocupando esas series de televisión que gustan cada vez más a los actores políticos, nos pareceremos más a Designated Survivor que a Borgen.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.