Columna de Carlos Correa: La degradación de la política
Esta segunda vuelta electoral anota cada día una serie de hechos que no se habían visto antes en el panorama electoral. De partida, ninguno de los dos candidatos que siguen en carrera tiene más del 30% y, por tanto, ninguna capacidad de poner en el gobierno las ideas transformadoras o atrevidas de sus respectivos programas. Tampoco se había visto una rendición incondicional de los partidos tradicionales a sus antiguos críticos, como pasó en estos días. Varios tuvieron que hacer gárgaras con sus propias palabras respecto a los extremos, como Evópoli o la DC. Quizá es un nuevo país y que estamos en un momento que podría ser identificado como la carta XIII del Tarot, simbolizada por la descomposición, pero al mismo tiempo por el cambio hacia un mundo mejor.
Lo que rompe esta ilusión es la decisión de ambos candidatos de someterse al reality, con nombre de película serie B, que usa Franco Parisi para hablar a sus huestes. Sobran los comentarios sobre el personaje, que nunca pisó el país durante la campaña, ni mucho menos fue capaz de ir a un tribunal chileno a explicar por qué debe un monto tan alto de pensión alimenticia. Tanto Kast como Boric consideraron razonable pasar por las grietas morales en la búsqueda de los votos, pese a que el segundo ayer sugirió que lo estaría reevaluando. Pensándolo de manera pragmática, ninguno de los dos tiene una mayoría consolidada, por lo que todo vale en la segunda vuelta. Quizá habría sido más digno que, al igual que nuestros antepasados, se hubiesen sometido ambos a la contienda de cargar un tronco varios días, y así mostrarle al país quién tiene más resiliencia y energía para gobernar en los tiempos de crisis que vivimos.
La sola asistencia de ambos al certamen del execonomista del pueblo muestra que el cambio de la política correrá en estas noches por el peor de los caminos. La ruta del engagement se ha convertido en el nuevo maná de las campañas. La comunicación digital es vertiginosa y emotiva, por lo tanto, no admite mucha profundidad y rápidamente cae en la consigna, la descalificación y los bulos. Su efecto hipnótico temporal explica por qué en ambos entornos hay una sensación de euforia ganadora, pues todo lo que leen son alabanzas a su candidato, y derrumbe del contrincante. Así, bajo el prisma de las redes sociales sin un guión estratégico, el arte de gobernar termina siendo solo lucecitas montadas para escena, y con aroma podrido a populismo.
Hace mucho que los partidos tradicionales perdieron ese guión. La ex Concertación se negó a sí misma, terminó anquilosada en una máquina de pequeñas operaciones de poder, y muchos aceptaron como nueva verdad esa especie de regateo moral que comparó los 90 con los años de la dictadura. La sola imagen de destacados exfuncionarios públicos hablando como el Frente Amplio, e incluso ocupando sus lentes coloridos, es patética. En la centroderecha ocurrió algo peor, pues bajo la presión de los poderes fácticos, que describió en su momento Allamand, terminaron defendiendo privilegios y no libertades; como lo hacen sus pares liberales en todo el mundo.
Así era lógico que venía el “sorpasso” por los dos lados. El Frente Amplio encontró caldo de cultivo en los complejos de culpa de la ex Concertación, y en la derecha, Kast hizo lo suyo con la pérdida de identidad de su sector. Lo sorprendente es que quienes podían haber cambiado los asuntos públicos terminen enfrentados en un espectáculo de telerrealidad. La degradación de la política, que es la gran tragedia de los últimos años en Chile, volverá a repetirse, esta vez, como comedia.
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