Columna de Carlos Correa: Los dilemas de la izquierda

REUTERS/Yves Herman


A raíz de los recientes resultados en Francia, una pregunta recorrió todos los grupos de WhatsApp de izquierda en el mundo. ¿Qué explica el crecimiento de la derecha más radical, en especial en los segmentos populares, y los votantes de clase obrera? En algún momento de la historia reciente, ese sector emergente, se convirtió en la alternativa antisistema y se hizo cargo de las desesperanzas existentes.

Como dijo Giorgia Meloni en su discurso de cierre de campaña de las elecciones europeas, dichas fuerzas políticas se tomaron la plaza y arrebataron esos espacios a la izquierda. La primera razón que se ha argumentado es la excesiva preocupación de las fuerzas progresistas de las llamadas agendas identitarias, que serían más de interés de una élite ilustrada y que ello habría ofendido u alejado a los votantes tradicionales, en especial de los sectores populares.

Tal reflexión resulta ofensiva para el feminismo y también para los activistas de la diversidad sexual. Implica culparlos del avance de la ultraderecha, en una especie de egoísmo por sus causas. También es negar la historia, pues ha crecido la cantidad de países con mayor participación de mujeres en los espacios de poder, y han disminuido las discriminaciones odiosas que sufría la comunidad LGBT. Ninguna de esas victorias puede ser motivo de vergüenza, sino de orgullo.

El problema tiene que ver con los tiempos mal leídos desde los partidos de izquierda. Los efectos políticos del Covid-19 son de mayor cuantía, y acrecentaron la desigualdad y la injusticia. Las personas más pobres sintieron la muerte, el desempleo, la destrucción de sus negocios o empleos con mucha más fuerza que los intelectuales, que pudieron adaptarse con mayor facilidad al mundo del teletrabajo. A la vuelta de la normalidad se enfrentaron con mayor criminalidad, mayor desconfianza, menos empleos, inflación y la pérdida de sus familiares de mayor edad. El estado de ánimo de los grupos más desposeídos se hizo similar al descrito en “El huevo de la serpiente” aquella película de Bergman sobre la Alemania de postguerra donde la gente común ha perdido la fe en el futuro y en el presente. En ese espacio la llegada de la ultraderecha con sus discursos de odio, con los culpables identificados, fue simplemente natural.

También la izquierda abandonó la promesa de un mundo más justo. Históricamente sus propuestas tenían que ver con temas concretos de las personas, y no abstracciones y papers. Así fue en Chile, donde presidentes de diversos tiempos propusieron educación universal, medio litro de leche para los niños, ampliación de los derechos laborales, un sistema de seguridad social o gratuidad en la educación universitaria para los más vulnerables, a manera de ejemplo. No temía entonces ser acusada de populista o facilista, como lo era comúnmente. Hoy sus pensadores se suman al coro acusando a la derecha más radical con tales calificativos, por ofrecer mayor empleo, o menor criminalidad expulsando a los migrantes. El aislamiento y el crecimiento de tecnologías de la información más personalizadas, hizo posible la extensión de discursos de odio, o de amplificación de la violencia, sin una acción firme desde el progresismo. Se ha preferido estar en la cancha más cómoda para la oposición. Parece más importante discutir si Venezuela es una dictadura o no, que la unidad para resolver los problemas asociados a la precarización de los espacios públicos, o al aumento de la desigualdad.

Por Carlos Correa, ingeniero civil industrial, MBA

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