Columna de Carlos García: Un “softlanding” para la economía chilena

Construccion-7451075.jpg


El 2023 se caracterizará por un elemento central: la incertidumbre. Las causas de esta son bien conocidas por todos: guerra en Europa, Covid e inflación. La buena noticia es que su impacto económico podría materializarse a una escala menor de lo esperado. En efecto, la guerra podría terminar, la variante BF.7 ya circuló en Europa y por tanto sería más manejable que la variante original del Covid, y la inflación caería por el aumento masivo de las tasas de interés de los bancos centrales a nivel mundial. La gente gasta menos y/o se endeuda menos con tasas de interés altas, entonces los precios de los productos bajan.

¿Nos asegura este escenario más positivo un “softlanding” (aterrizaje suave) de la economía chilena el 2023, es decir, que el PIB crezca, pero a tasas bajas, en vez de sufrir una recesión? El softlanding podría ocurrir si la inversión pública se activara a una escala diferente a la presupuestada el 2023. Esta inversión masiva es necesaria por razones diferentes a la estabilización de la economía chilena el 2023. En efecto, la urgencia de esta inversión es porque enfrentaremos en el muy corto plazo desafíos vitales: robotización, aumento del costo de la energía y sequía severa por el cambio climático.

Así, se necesita inversión en áreas claves: en capital humano, o los robots reemplazarán rápidamente al 10% del empleo de mediana y baja habilidad en 10 años; también en energías limpias y en la desalinización del agua para combatir la sequía. En otras palabras, se podría aplicar la estrategia actual del gobierno del Presidente Biden, usar inversión pública necesaria para además estabilizar la economía con los efectos multiplicativos de la política fiscal y, de esa manera, evitar una recesión el 2023.

Sin embargo, la inversión pública es también más gasto, por tanto, se debe explicar bien a los mercados financieros el propósito de este, o los mercados pueden malinterpretar este mayor gasto provocando un aumento del riesgo país.

Por ejemplo, tenemos el caso reciente de Inglaterra el 2022, en que se anunció más gasto y menos impuestos. Los mercados no entendieron el anuncio del ministro de Hacienda, provocando que el precio de los bonos públicos cayera estrepitosamente, poniendo en riesgo la estabilidad financiera por las inversiones de los fondos de pensiones en estos papeles, costándole el puesto al ministro y, finalmente, provocando la caída del gobierno.

Además, el Banco de Inglaterra debió intervenir comprando más deuda, a pesar que ya había anunciado que dejaría de comprar estos papeles para frenar la inflación. En resumen, un desastre económico, financiero y político.

Por eso este mayor gasto fiscal para 2023 no solo debe estar basado en buenas intenciones, sino que además debe ser creíble: se debe explicar bien a los mercados financieros sobre los beneficios concretos que tendría la inversión pública (el efecto preciso en el crecimiento en el PIB potencial en puntos porcentuales), presentándose un plan estricto de cómo se pagaría la deuda pública en los próximos años. Sin duda, no solo debe ser solo un plan económico coherente sino también político: debe ser el resultado de un acuerdo transversal de todas las fuerzas políticas.

En caso contrario, no tendremos un softlanding y las probabilidades de recesión se acrecentarán para el 2023. Perderemos un año para hacer los cambios que debemos realizar y tendremos una recesión que debilitará la base productiva, las expectativas de los consumidores e inversionistas y el empleo del país para enfrentar desafíos que se acercan rápidamente.

Por Carlos García, Ph.D en Economía, Universidad de California, Académico FEN UAH