Columna de Carlos Meléndez: Balance del d(año)

Manifestantes se reunen en Plaza Ñuñoa


No solo termina un año, sino también el periodo político y social iniciado por el estallido social del 2019 y aniquilado en las urnas por dos rechazos populares en contra de las propuestas constituyentes de izquierda y derecha respectivamente. Se llega así a uno de los fracasos más estrepitosos a nivel continental (y quizás mundial) de parte de élites políticas profesionales y, dentro de todo, democráticas por intentar establecer un nuevo “pacto social” en medio de una sociedad desafecta e indiferente. Ni liderazgos avasalladores (ni Boric ni Kast demostraron habilidad de arrastre más allá de sus tribus políticas) ni pactos multipartidarios (que crucen hacia la otra orilla ideológica), fueron capaces de presentar fórmulas y antídotos para tocar las fibras de la ciudadanía. El lirismo frenteamplista y el “que se jodan” conservador se turnaron choques abruptos contra la realidad anti-establishment que hoy inclina la balanza de manera decisora.

Resulta importante resaltar lo anterior pues tampoco estamos ante una mayoría antisistémica desideologizada. A diferencia de otros países latinoamericanos, reconocerse como “de izquierda” o “de derecha” sigue siendo relevante en Chile. Estas identidades políticas son más que preferencias ideológicas, sino que, además, continúan sirviendo de atajos cognitivos para encarar reformas económicas o punitivas, por ejemplo, e incluso para interpretar la historia de los últimos cincuenta años. Solo que estos campos políticos no son “atrapados” ni por líderes, ni por partidos ni por coaliaciones. Ninguna agencia política logra cohesionarlas más que la animadversión contra el rival. La sociedad chilena se sostiene políticamente más que por dos campos, por dos “antis”.

Cada uno de estos bandos “anti” (no necesariamente uno de mayor magnitud que el otro) consigue atraer temporalmente a un tercer grupo, el “que se vayan todos”. En la consulta sobre el borrador 1.0, la derecha anti-incumbente se alineó con el anti-establishment, mientras que para el proceso 2.0, la izquierda anti-opositora hizo lo propio. No porque el Rechazo o el En contra, respectivamente, hayan persuadido convincentemente a los más críticos, sino porque al desplegar rechazos parciales terminaron sincronizando con la animadversión más sistémica. El odio al establishment atrajo a la repulsión al Apruebo Dignidad primero y a conservadurismo republicano, después, pero sobre la premisa de sentimientos en contra de la clase política. La identidad anti-establishment, en Chile, es un tercer campo aún pequeño en magnitud (no debe pasar del 20% del total de adultos mayores, según mediciones realizadas) pero potente por su espíritu destituyente  y revanchista capaz de inclinar la balanza a favor de quienes ofrezcan demoler antes que construir.

¿Hasta qué punto el balance del (d)año que ha fracturado al sistema de representación en Chile ha diagnosticado correctamente qué hay detrás de las derrotas sucesivas? Aquellos que vendieron como victoria republicana el Rechazo y los que pretenden otorgarle mérito a Bachelet por el triunfo del En contra están muy lejos de responder la pregunta. Este tipo de respuesta, unidimensional y cortoplacista, es inútil en el escenario post-referéndums.

Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES