Columna de Carlos Meléndez: El intelectual impúdico

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La polarización política que divide a nuestras sociedades no es de formación espontánea. Si bien existen desencuentros estructurales que agrietan colectividades, varios actores influyen en la profundización de estos abismos, desde políticos hasta medios de comunicación. Me interesa poner el foco en uno de ellos: los influencers políticos. Estos operadores culturales de la polarización constituyen un perfil degradado de la figura de intelectual público, pues tienden a tener menos de lo primero (intelectual) y más de lo segundo (público). Así, bien podríamos bautizarles como intelectuales impúdicos.

Estos personajes comparten determinado background académico, lo que justifica seguir definiéndolos como intelectuales. El posgrado les otorga cierto halo de autoridad, especialmente para la construcción de su prestigio, en tenor de autobombo. Pueden ser docentes universitarios, pero, claramente, no les interesa una carrera catedrática. No elaboran artículos de investigación, sino y principalmente, ensayos. Sus libros -suelen ser bastante prolíficos- no siempre son sujetos a revisión de pares y están más cerca de la literatura de autoayuda (cívica o ideológica) que de las ciencias sociales. Son muy versátiles, pues la ambición ególatra de llegar a audiencias amplias los puede llevar a incursionar en la ficción o hasta en la literatura infantil.

Pasemos al adjetivo. Deshonran la labor intelectual, precisamente, por la impudicia con la que la practican. En sus “análisis” emplean conceptos provenientes de la academia, pero sin rigurosidad. Por ejemplo, pueden catalogar de “autoritaria” (sic) a la izquierda que gobierna La Moneda, o definir la situación política peruana como una “guerra civil” (sic), con la finalidad de descalificar al rival ideológico o de sostenerse al frente de alguna palestra políticamente correcta desde la cual pontificar. No les interesa el análisis escrupuloso, aséptico, sino el juicio y la sanción moral. Asumen que están defendiendo alguna causa -casi mesiánicamente- 24/7: la democracia, el mercado, la familia, la república... En nombre de ellas carecen de recato alguno para encajar la realidad en su wishful thinking. De la teoría que alguna vez aprendieron, solo queda el jargon.

El intelectual impúdico contribuye a la polarización afectiva hablándole a sus bandos, a los ya convencidos de la interpretación militante de los hechos. No tiene lectores, sino hinchas. No tiene discípulos, sino followers. No tiene citas bibliográficas, sino likes. No obstante, como para polarizar es tan importante el fondo (vacío, en su caso) como la forma (grotesca que les caracteriza), los vemos envueltos en estilos dramatúrgicos. No por casualidad es que se sienten cómodos en escenarios teatrales, desde donde ensayan sus posverdades sin el pudor propio de los que requieren aprobación de comités de ética para ejercer el trabajo intelectual empírico. Tampoco es azaroso que proyecten y promuevan la idea de una “batalla cultural” regional, latinoamericana, mundial, pues, como se conciben como soldados morales, son propicios para usufructuar de la confrontación de ideas mezquinas de matices y dadivosas en sesgos. El intelectual impúdico, sin embargo, no pasará a la historia del pensamiento, aunque quedará inmortalizado en un meme.

Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES

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