Columna de Carlos Meléndez: El misterio del “milagro peruano”
El Viejo Pascuero le ha regalado al Perú un Presidente distinto cada una de las últimas cinco navidades. Dos elegidos en las urnas (Kuczynski y Castillo) y tres interinos (Vizcarra, Sagasti y Boluarte), conforman la lista de mayor inestabilidad presidencial en el continente. Sin embargo, la economía peruana crecerá un 3% este año y, según proyecciones, también el próximo, manteniendo la inflación anual en un dígito, a pesar de la crisis internacional. Como ha señalado Andrés Oppenheimer, “en Perú caen los presidentes, pero no la economía”. ¿Cómo se entiende este “milagro”? Para dicho periodista, la respuesta se reduce a un solo nombre: Julio Velarde, el presidente del autónomo Banco Central. Sin restarle méritos al guardián del tesoro, considero que la respuesta supera al caudillismo tecnocrático y se arraiga en el sujeto popular peruano.
Las reformas de ajuste aplicadas en Perú a inicios de los noventa expresaron una ortodoxia económica pura, al punto de no prever siquiera reformas políticas complementarias. Contrastando con Chile, en Perú se siguió el manual de los Chicago Boys, pero no hubo un Jaime Guzmán. Mientras el modelo chileno construyó una economía de mercado con instituciones formales (económicas y políticas), el peruano produjo un capitalismo literalmente salvaje, en el que la informalidad de la fuerza laboral sobrepasa el 70%. El self-made cholo, de ética de trabajo “protestante” y evasor sistemático de impuestos, no quiere más ni menos Estado, sino, simplemente, que este no obstaculice su emprendimiento. Por eso la política peruana no es interpretada popularmente como un mecanismo para agregar demandas, sino como procedimientos inservibles para procesar requerimientos sociales. Las angustias económicas no son percibidas como responsabilidad del gobierno, sino como un lío que tiene que resolver cada individuo-empresario.
En Perú no predomina el odio hacia el modelo económico, sino hacia la clase política -esa obsesión con cerrar congresos, incluso recién electos. Esta es una diferencia sustantiva al comparar estallidos sociales. Así, mientras que en Chile la movilización callejera se explica por la politización de la desigualdad, en Perú, los bloqueos de carreteras tienen que ver más con grupos de presión de economías informales (transportistas o mineros ilegales) que solicitan amnistías e impunidad ante las sanciones de la autoridad estatal. Si el Frente Amplio representaba políticamente lo primero, Pedro Castillo, lo segundo. En Chile, solo una pandemia pudo detener la dinámica de protesta del estallido, en cambio, en Perú ha sido la campaña navideña la que ha pausado la contestación social (no como tregua pacífica, sino como temporada comercial). El estallido chileno se originó en malestar económico, pero proyectó esperanzas en una solución política; el peruano, por su parte, no cuestiona su fe en la economía, mas desborda en rabia política.
Entonces, el milagro peruano se sustenta en sus microfundaciones: motores individuales de la economía (mayoritariamente informal) que no esperan nada del Estado. Triunfo del modelo o tragedia institucional, como prefiera entenderlo.
Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES
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