Columna de Carlos Meléndez: El peronismo y la funa
La elección del fin de semana en Argentina es un duelo entre dos siglos distintos. En una esquina, el peronismo -qué duda cabe- representa el siglo XX: devoción y maquinaria, identidad política y clientelismo, disciplina y prebenda. Se trata de una vieja escuela que no ha perdido su capacidad de producir y cultivar caudillos (Perón, Menem, los Kirchner, ¿Massa?) mientras otros partidos de su especie populista caducaron (PRI en México, APRA en Perú). En términos comparativos, no hay un fenómeno similar de partido vibrante en el continente, salvo quizás el PT brasileño. En la otra esquina, Javier Milei porta la furia antipartidaria del siglo XXI: rabia y masa, agresión y troleo, meme y #fakenews. Estamos ante una receta nueva muy popular en las campañas electorales recientes en el vecindario: la estigmatización de los rivales, en tono maniqueo, viralizado por redes sociales virtuales. Nadie lo ha llevado al paroxismo como el economista argentino, salvo quizás Bolsonaro. En la primera esquina aguarda más que un partido, una tradición, que ha encontrado en Sergio Massa su personificación para la ocasión. En la otra, espera más que un simple outsider, un Joker. Los descamisados en traje versus la motosierra en ristre.
Resulta interesante notar que por más que se predica la caída de “La Casta” (como se denomina al establishment en Argentina), se trata de un hueso duro de roer. El sistema que van a matar goza de buena salud, a pesar de las crisis que transitan (en el país rioplatense o en cualquier otro). Más allá de la retórica rebelde, desmontar el statu quo no es tan sencillo, menos si se tiene a un amateur como retador. En un país con un gasto social enorme, que permite aceitar las colosales maquinarias clientelares peronistas, para un sector importante del electorado, votar por el ministro de Economía de la crisis económica no es un atropello a la razón. Si bien es cierto, estar en el poder no suele dar ventaja para la reelección (de las últimas 28 elecciones latinoamericanas, solo en cinco veces ha ganado el partido de gobierno), ahí donde la organización política está enraizada socialmente (como el Partido Colorado en Paraguay), se puede sacar máximo provecho a los recursos estatales. El peronismo sabe cómo seguir vigente y alargar el siglo XX.
Pero en el siglo XXI, problemático y febril, el que no es outsider es un gil. Incluso en Argentina, las identidades negativas (los “anti”) movilizan tanto o más que los emblemas propartidarios. Así, la grieta entre kirchnerismo y antikirchnerismo ha sido superada (o fortalecida, dependiendo de la lectura). Lo que queda claro es que las nuevas generaciones tienden a estar desprendidas de la política tradicional y se sienten cómodas viviendo en la impostura. Todo es igual, nada es mejor. Y dado que finalmente todos nos vamos a encontrar en el horno, se dejan llevar por sus impulsos tanáticos materializados en la boleta electoral del libertario. Así, Milei recibe el mandato inédito de la demolición. Nuestras democracias criollas habían sufrido el stress de las democracias delegativas (votar por salvadores de la patria, que en tales condiciones dañaban el equilibrio de poderes). En los tiempos que corren, empoderan a un destructor, con el encargo restrictivo de abonar la conmoción. El siglo XXI, también, es un despliegue de maldad.
Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES