Columna de Carlos Meléndez: Elogio al cinismo

Consejo
VíCTOR HUENANTE/ AGENCIAUNO


He visto a las mentes más brillantes (y no tan brillantes) de mi generación polarizarse. Tomar partido (nunca por un bando, siempre por una causa), meterse a la cancha (del debate público), ponerse el alma, como diría Vallejo. He sido testigo de su pluma en ristre y de sus cuerdas vocales alcanzando la máxima tonalidad de indignación -vía Zoom- para demostrar que están en la capacidad de ser intelectuales orgánicos de una democracia siempre acechada (por el otro extremo). He consumido -confieso el placer culposo- sus columnas furibundas, sus ensayos interpretativos, sus libros de divulgación. He visto al académico comprometido guiar a “ciudadanos republicanos” (las “masas” las dirigen los populistas), fungir de maestro de príncipes desconcertados por la “crisis de representación”. Lo que hasta ahora no he visto son resultados.

Este tipo de intelectuales públicos -aquellos que endosan preferencias políticas militantemente- terminan coparticipando -voluntaria o involuntariamente- de la polarización afectiva, ese distanciamiento que agrieta sociedades entre bandos que se perciben rivales al punto de evitar la interacción intergrupal. Según la literatura especializada, este es el tipo de polarización forjada desde las élites -políticos de carrera, pero también líderes de opinión-, de arriba hacia abajo. Es así como el intelectual orgánico -apreciado antaño por su capacidad de alumbrar el norte para guiar causas- puede terminar sobrepasado por la dinámica antagonista que se impone en contextos de agitación de extremos. Así, la materia gris de coaliciones partidarias, de movimientos sociales, de iniciativas ciudadanas, puede transformarse inadvertidamente en un troll.

Los contextos de polarización son los más propicios para otro tipo de intelectual público, aquel que milita en el cinismo, en la doctrina que desprecia la superioridad moral -implícita o explícita- de las causas comprometidas llevadas a extremos. Aunque corre el riesgo de ser encasillado en el bando rival -de cualquiera de los polos objeto de su crítica-, el cínico profesional puede cumplir un rol despolarizador si es capaz de desmenuzar equitativamente las debilidades de las narrativas centrífugas. Paradójicamente, aunque no sea centrista de vocación, permite sumar complejidad a lecturas simplistas de la realidad. No ve polos opuestos, sino pluralismo diverso, tanto entre los politizados y entre los que no lo están.

Las interpretaciones del proceso constituyente son un claro ejemplo de cómo la sobreideologización del análisis de cada round plebiscitario y electoral estaría por conducirnos a un escenario donde todos pierden, ninguno gana. De fracasar este nuevo ciclo constituyente, estaríamos frente a un sistema político en el que los bandos polarizados se turnan las derrotas y donde los triunfos son tan efímeros como falaces. Pero no solo por obra u omisión de élites políticas, sino también por el fracaso de los intelectuales orgánicos -tanto de salón de clases como callejeros- pertenecientes a esas élites que ellos mismos denostan. ¿Cuántos de ellos han traicionado sus diagnósticos privados por preferir el aplauso en público de audiencias cautivas? Es la complicidad en la polarización que los lleva a emular a Caszely cuando sostenía que “no tengo por qué estar de acuerdo con lo que pienso”.

Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES