Columna de Carlos Meléndez: Mañana en la derrota, piensa en mí
La clase política gestiona acuerdos para proseguir con la promesa de una nueva Constitución que sea aprobada por la mayoría de chilenos y cierre (al menos simbólicamente) la crisis manifestada con el “estallido” del 2019. Pero más allá de los cálculos políticos expuestos sobre las mesas de negociación -con y sin plebiscito de entrada, con especialistas encerrados en listas o no-, los factores estructurales de la crisis de representación y los elementos contextuales que favorecieron el Rechazo se mantienen y obstaculizan la ilusión.
En primer lugar, precisamente los pactos constitucionales son la base para cerrar las brechas que separan a élites desarraigadas socialmente y ciudadanos desafectos. En Chile, en cambio, el actual proceso constituyente, por ahora, no ha tenido ese efecto. Por el contrario, ha ampliado ese hiato entre oferta política y demanda social. Y por más ingeniera constitucional que inserten en las reglas electorales (más cuotas por acá, menos escaños reservados por allá), debemos tener claro que el siguiente intento de elaboración de Carta Magna se realizará sobre el terreno movedizo de siempre. Si acaso se llega a una aprobación, la satisfacción será efímera (quizás artificial), porque nada parece prever que saldremos de este embrollo con partidos fortalecidos ni ciudadanos mejor representados.
Después de la derrota que sufrió el oficialismo y la izquierda el 4S, la derecha mainstream ha asumido que le toca el turno de liderar el proceso. La idea que se digiere, con exagerado optimismo, es que detrás del 62% del Rechazo existe algún tipo de legitimidad para proponer una Carta Fundamental más moderada, más centrista ideológicamente y con menos protagonismo de La Moneda. Existe la ilusión de que de obrar de esa manera, el elector medio chileno terminará sintonizando con una nueva oferta constituyente y finalmente terminará aprobando la propuesta centroderechista.
Como sabemos, han sido factores contextuales los más relevantes al momento de la decisión electoral del último plebiscito. A la desconfianza estructural existente entre la clase política y la ciudadanía, esta sigue absorbiendo cotidianamente el malestar de la inflación, la inseguridad y el desorden. Y continuará votando con esa bronca acumulada, si estos elementos “de corto plazo” persisten.
Estamos ante un claro ejemplo de una clase política a la deriva, sin capacidad significativa de agencia sobre la sociedad. Al no existir militancias partidarias leales ni, mucho menos, liderazgos que siquiera funjan de atajo temporal ante la desafección, estamos ante una élite política practicando el juego inútil de la representación falaz. Primero, el progresismo buscando el antídoto en “independientes”, y ahora los defensores del statu quo apelando al milagro de los “expertos”. El gobierno y la oposición tienen que comprender que el elector con poder de veto en el país no es centrista sino anti-establishment. Que no vota por la moderación, sino visceralmente. Y es en este elector en quien tienen que pensar para evitar el fracaso constituyente perpetuo. De otro modo, vamos directamente a un nuevo episodio de derrota, solo que esta vez, de la derecha.