Columna de Carlos Meléndez: Sin novedad en el Frente
En la primera década del actual milenio, la izquierda latinoamericana era clasificada en dos categorías: aquella “correcta” (the right left) o aquella “incorrecta” (the wrong left). La primera más socialdemócrata, respetuosa del modelo de mercado, y adscrita a los cánones de la democracia liberal. La segunda más radical en términos programáticos, usufructuando clientelarmente del modelo económico (pero criticando retóricamente el “neoliberalismo”), y en modo plebiscitario y refundacional (promotora de nuevas constituciones). Las gestiones de Michelle Bachelet y de Lula da Silva eran referidas como ejemplos de la primera especie, mientras que cualquier gobierno bolivariano encajaba en el segundo tipo. ¿Qué ha quedado de legado de estas dos izquierdas?
La otrora izquierda “correcta” (o de “derecha” por el doble significado de right) se desvaneció ante la deshonestidad de sus dirigencias ensuciadas en casos de corrupción (Lava Jato) y la incapacidad de sus tecnocracias de sintonizar con las demandas movilizadas (movimiento estudiantil chileno). El PT volvió al poder más por demérito y amenaza de Bolsonaro, que por mérito de Lula. Mientras en Chile, una nueva generación de izquierdistas ha reemplazado en el protagonismo a sus compañeros ideológicos más trajinados. Aunque llegaron al poder (el Frente Amplio) tratando de sintonizar con sentimientos anti-establishment, hoy están más cerca de la socialdemocracia que del radicalismo revolucionario, aunque alguna parte de Boric aún “quiera derrocar al capitalismo”.
Convergencia Socialista, Revolución Democrática y Comunes dan el paso de la cohesión como partido único pero replicando las viejas limitaciones de sus antecesores descritas previamente: tecnocracia divorciada del movimiento social y descrédito por el usufructo privado del poder (caso Fundaciones). Los dirigentes del Frente Amplio suelen coquetear con elementos populistas precisamente para intentar marcar distancia con sus mayores, tanto en la aspiración de colocar la soberanía popular como norte de las decisiones de Estado y en erigirse con una supuesta “escala de valores y principios” superior. Sin embargo, desde el gobierno no han logrado tender puentes, de manera convincente, entre la tecnocracia y el movimiento social (ni siquiera con el feminismo, pues más allá del simbolismo se ha avanzado poco en políticas de equidad de género). Por otro lado, la pretendida superioridad moral quedó reducida a burla y decepción, luego de conocerse los convenios amañados entre el sector no gubernamental y el gubernamental del Frente.
Hay puntos positivos que precisar, por cierto, aunque suene a tonto consuelo. Al menos, el Frente Amplio chileno no ha seguido el destino de la “izquierda equivocada” (wrong left) cruzando las fronteras del régimen político. Estamos ante una izquierda democrática, por más que sus más mezquinos detractores se empeñen en la difamación. Su principal problema, empero, es que agitó tanto las aguas del anti-establishment, que se terminó ahogando entre los sectores populares y regionales. Estamos ante una izquierda clasemediera y centralista, en un país estructurado por la desigualdad y de creciente informalidad. El diagnóstico de siempre solo corrobora que el promisorio gobierno de Boric fue un remake de un clásico, pero con actores amateurs.
Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES