Columna de Carlos Meléndez: Variedades presidenciales
No cabe duda de que la Presidencia de la República otorga el máximo poder político real en una república de nuestro continente. Pero ello no significa que todos quienes ostentan ese cargo, lo ejerzan de la misma manera y aprovechen al máximo el alcance de su influencia. Algunos mandatarios vuelcan su poder “hacia adentro” para tratar de ordenar la casa ante problemas urgentes y estructurales de sus respectivos países, aunque siempre se van a encontrar con la oposición parlamentaria y callejera en el camino. No hay mayor certeza de que Javier Milei tiene como prioridad reparar el funcionamiento de la economía en Argentina o de que Daniel Noboa en Ecuador tenga como principal objetivo recuperar el monopolio de la fuerza luego de declararle la guerra, literalmente, al crimen organizado.
Otros presidentes, en cambio, conjugan sus prioridades domésticas con proyectarse “hacia afuera”, buscando generar impacto internacional. Lula da Silva no solo quiere influir en causas globales coherentes con su agenda interna -en su preocupación por la crisis climática planetaria, el rol de la protección de la Amazonía es clave-, sino también en asuntos inexplorados por él previamente, como su fracasada iniciativa de mediar en el conflicto en Oriente Próximo. Inesperadamente, el salvadoreño Nayib Bukele se proyecta como “soft power” regional en el tema que más preocupa a los latinoamericanos: la inseguridad pública. Su reelección es casi un trámite y ahora parece orientado a hacer que su popularidad cruce fronteras mientras crecen los poderes ilegales armados en el resto del continente. Al punto que hoy, más latinoamericanos quisieran ser gobernados por un Bukele que por un Lula.
Gabriel Boric y Gustavo Petro podrían ubicarse en un tercer tipo, aquellos presidentes que intentan infructuosamente renovar la narrativa progresista (¿sucesores de Lula?) a través de reformas domésticas que les permitan enfrentarse a poderes económicos (seguridad social, salud) con los gestos necesarios para sintonizar con agendas internacionales políticamente correctas como la protección del medio ambiente (como el viaje a la Antártida del Presidente chileno). El pasado de líder estudiantil y de guerrillero, respectivamente, son empleados estratégicamente para su proyección internacional y les asegura buena prensa en las plataformas mediáticas de izquierda y redes de cooperación internacional y multilaterales.
Existen también casos que lindan con la irrelevancia. Dina Boluarte puede tener todo el poder que le corresponde como sucesora constitucional del golpista Pedro Castillo, pero es incapaz de ejercer autoridad. Concibe la actuación presidencial solo en su dimensión protocolar, pero es incapaz de apropiarse de una agenda, ni siquiera de remover ministros disfuncionales. Mientras otros mandatarios latinoamericanos ven sus ímpetus limitados por poderes constitucionales (legislativos nacionales) o extra constitucionales (actores armados), Boluarte no aprovecha la anuencia que le ha prestado el Congreso peruano. Es así como un solo tipo institucional -el presidencialismo-, se ejerce de diversas maneras.
Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES