Columna de Carlos Ominami: Integración sobre nuevas bases
La globalización tal cual se desarrolló durante las últimas décadas está en retroceso. La idea de que el mundo pueda convertirse en un gran espacio económico, donde las decisiones de inversión se adoptan en función de las ventajas absolutas o comparativas de los países, está siendo desafiada por muchos factores: el auge de los populismos de corte proteccionista, los excesos de las finanzas que condujeron a la crisis de Lehman Brothers, la intensificación de la disputa entre China y EE.UU., y más recientemente la pandemia del Covid-19 y la guerra que se desató a causa de la invasión de Ucrania por parte de Rusia.
No se trata de una “desglobalización”, pero sí de un proceso de fragmentación que tiene como consecuencia una revalorización de los bloques regionales. Es a su interior hacia donde se privilegian las nuevas inversiones, en vistas a generar capacidades que apunten a fortalecer las autonomías en planos tan relevantes como el energético, el sanitario o el alimentario.
América Latina está en mal pie para desenvolverse en este nuevo escenario internacional. Durante las últimas décadas, la región reforzó su inserción internacional, pero lo hizo profundizando su especialización primaria exportadora. Somos parte de las grandes cadenas mundiales de valor, pero participamos en ellas de manera subordinada, lejos de las actividades intensivas en tecnologías de punta.
En contrapartida, se ha producido incluso un retroceso en materia de integración regional. En términos relativos, los intercambios entre nuestros países han ido perdiendo importancia. De manera un tanto paradojal, fue durante los gobiernos de corte progresista que predominaron durante la primera década del siglo XXI que los retrocesos en materia de integración regional fueron más pronunciados.
Es preciso recuperar el tiempo perdido. La integración es la única respuesta posible a la tendencia a la marginalidad y a la irrelevancia que caracterizan a América Latina. Pero hay que pensar la integración sobre nuevas bases, incorporando temáticas actuales y nuevos actores. En el mundo de hoy, la transformación productiva, en vistas a adecuarla a las exigencias de la lucha en contra del cambio climático, o la incorporación a la economía digital, deben estar en el centro de las nuevas estrategias.
Para ello, las empresas tienen un papel fundamental. El ejemplo de la Unión Europea es categórico. Partió justamente como Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), poniendo el énfasis en la dimensión productiva. La legislación comunitaria facilita los emprendimientos entre empresas pertenecientes a la Unión, lo que les ha permitido alcanzar la masa crítica que hizo por ejemplo posible que Airbus S.A.S. se haya convertido en el principal fabricante de aeronaves del mundo, desplazando a Boeing, McDonnell Douglas y Lockheed.
La nueva integración regional debe reimpulsarse, poniendo por delante una agenda de temas prioritarios en el ámbito productivo. Las empresas están llamadas a ser actores centrales en este nuevo tiempo de los procesos de integración de la región.
Por Carlos Ominami, economista
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