Columna de Carlos Ominami: Lula y el desafío brasileño

Inauguration ceremony of Brazil's new Minister of Development, Industry and Foreign Trade, Geraldo Alckmin, in Brasilia


Lula ha vuelto a Planalto, de donde salió hace 12 años aclamado como el principal líder del mundo progresista. Nada hacía presagiar que en menos de una década su sucesora, la Presidenta Dilma Rousseff, terminaría destituida, el Partido de los Trabajadores (PT) transformado en una especie de ícono de las malas prácticas y Lula encarcelado durante 580 días en una prisión en Curitiba. Nada ni nadie podía imaginar que Jair Bolsonaro, oscuro diputado que pocos tomaban en serio, alcanzaría la Presidencia de Brasil. No hay que olvidar esta parte de la historia y sacar las lecciones pertinentes que aseguren que no vuelva a repetirse.

El legado de Bolsonaro es dramático. Lula vuelve a gobernar un país más pobre, dividido y aislado internacionalmente. El punto de partida es hoy infinitamente más apremiante que el que heredó de las sucesivas presidencias de Fernando Henrique Cardoso (1994-2002).

Son múltiples los retos que Lula deberá enfrentar. En muy primer lugar, superar la polarización extrema que ha hecho de Brasil un país irreconocible, que bajo Bolsonaro perdió la brújula, su prestigio e incluso su tradicional alegría. Lula tiene que retomar el proceso de inclusión social asegurando algo tan elemental como que cada brasileño(a) pueda comer tres veces al día. Asimismo, debe recuperar el dinamismo industrial y tecnológico que Brasil fue perdiendo durante el último tiempo y volver a ocupar un lugar protagónico en el mundo.

Es más que un tercer gobierno. El que comienza tendrá que ser uno nuevo. En Brasil se está librando una batalla crucial en contra de la ofensiva que a nivel global han desatado los populismos autoritarios. Hasta finales del 2022, con Bolsonaro en el gobierno se desarrollaba, como lo describe Tarso Genro, una “guerra de posiciones”. De ahora en adelante, pasarán a una “guerra de movimientos “utilizando para ello la influencia que han alcanzado especialmente en sectores militares, las policías, las iglesias evangélicas y el agro negocio.

La diferencia esencial de este nuevo gobierno con los dos anteriores radica en la amplitud de su base política. La alianza con las fuerzas de centro es crucial. Sin ella Lula no habría conseguido imponerse. Se requerirá de mucha convicción estratégica, pero también de flexibilidad táctica para que la alianza electoral se transforme en una verdadera coalición de gobierno. El PT no tiene una gran cultura de alianza. Tendrá que desarrollarla en tiempos cortos. Por de pronto, si bien el núcleo de dirección más cercano de Lula mantiene un predominio de dirigentes petistas, el vicepresidente Alckmin está jugando un papel muy destacado y el PT representa menos de un tercio del nuevo gabinete.

La incapacidad para sustentar alianzas sólidas fue el talón de Aquiles del PT. En este sentido, el nuevo desafío brasileño es eminentemente político: construir una coalición amplia, fundamentada en convicciones y no en prebendas, capaz de poner a raya la ofensiva del populismo autoritario.

Por Carlos Ominami, economista

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