Columna de Carlos Ominami: Política industrial y política comercial
Durante años, la expresión “política industrial” estuvo proscrita. Para el pensamiento neoliberal dominante, se trataba de una intromisión inaceptable en el adecuado funcionamiento de los mecanismos de mercado. La definición de sectores prioritarios en los cuales concentrar esfuerzos (to pick the winners) era rechazada como una desviación propia de burócratas iluminados desconocedores de las realidades de los sectores productivos. Sin embargo, en los hechos, la crítica a la elección de “winners” terminó en muchos casos en el despilfarro de energías y recursos en muchos “loosers”.
En el caso concreto de Chile, la propuesta que formulamos hace ya casi cuarenta años de avanzar “hacia una segunda fase en el desarrollo exportador” sigue todavía como una tarea pendiente. Es cierto, se han desarrollado con fuerza sectores como el de los vinos o el salmón, industrias típicas de segunda fase, pero la matriz productiva y exportadora de Chile sigue todavía ampliamente concentrada en un número reducido de recursos naturales comenzando por el cobre que ha aumentado incluso su peso relativo.
En los últimos años, con el ocaso del neoliberalismo, la idea de política industrial ha recuperado prestigio. Así, por ejemplo, la OCDE tradicional guardiana de una cierta ortodoxia se ha abierto a considerarla entre el arsenal de instrumentos pertinentes. Con anterioridad, el propio Banco Interamericano (BID) había dado pasos significativos en esa dirección.
Pero, ha sido el doble shock generado por la pandemia y la guerra entre Rusia y Ucrania el que ha venido a configurar un nuevo escenario en el cual las políticas industriales adquieren gran gravitación. En efecto, la globalización, tal cual la conocimos durante las últimas décadas, está en franca regresión. La razón puramente económica está siendo sustituida por la razón política. Nociones que se creían ampliamente superadas por arcaicas como “soberanía sanitaria”, “autosuficiencia alimentaria” o “seguridad energética”, han adquirido una nueva y creciente actualidad.
En ese sentido, las definiciones adoptadas por el gobierno del Presidente Boric en cuanto a transitar hacia “una nueva matriz productiva” están bien sintonizadas con el nuevo escenario internacional. Es sin duda un objetivo ambicioso y muy exigente. Entre otras condiciones, es fundamental que la política comercial sea consistente con este propósito. Una economía pequeña como la chilena, es evidente, tiene que abrirse al mundo. Los acuerdos de libre comercio y de inversión deben estar al servicio de esta estrategia y por tanto no deben contener cláusulas que limiten la capacidad del país para utilizar en provecho propio, en particular, sus recursos naturales. En este sentido, resulta muy lamentable la campaña desatada estos días en contra de la Subsecretaría de Relaciones Internacionales instando a un cierre, a como dé lugar, de la negociación del acuerdo de modernización con la Unión Europea.