Columna de Carlos Ominami: Por favor, miren el mapa
La nueva Unasur va. El Presidente Lula comunicó que Brasil impulsará con sentido de urgencia la reorganización de esta instancia sudamericana. No fue una improvisación. Es un compromiso que forma parte del programa con el cual fue electo. En la misma dirección, el Presidente Fernández comunicó que Argentina estaba también de vuelta. En el caso de estos dos países, el reingreso es prácticamente automático, puesto que los expresidentes Macri y Bolsonaro solo se limitaron a anunciar el retiro de sus países de Unasur, pero los respectivos parlamentos no aprobaron esa decisión, condición constitucional indispensable para desahuciar un tratado que había sido aprobado por esos congresos.
Por su parte, el Presidente Petro de Colombia ha reconocido la importancia de Unasur para impulsar, entre otras, sus importantes iniciativas en materia de transición energética y lucha en contra del cambio climático. En Chile, el Presidente Boric ganó la elección presidencial con un programa que contempla explícitamente la “recreación de un espacio de concertación sudamericano” y se ha manifestado a favor de esta iniciativa. Desgraciadamente, a diferencia de Brasil y Argentina, en Chile bastaba la simple comunicación al Congreso de la decisión presidencial. Otra anomalía de la Constitución de 1980 que no se atuvo al sano principio de que las “cosas se deshacen de la misma manera como se hacen“.
Como es normal en democracia, han surgido voces críticas de esta iniciativa. Hay tres reproches que tienen fundamento: i) la dependencia de las afinidades ideológicas de los gobernantes de turno; ii) la ausencia de una dimensión económica consistente; iii) una institucionalidad frondosa de eficacia limitada.
La nueva Unasur debe asumir constructivamente estas críticas. Tiene que ser impecable en la garantía del pluralismo. Debe incorporar a nuevos actores representativos de la sociedad civil. La necesidad de luchar en contra del cambio climático y de avanzar en autonomía energética y sanitaria requiere desarrollar una dimensión empresarial y productiva consistente. Asimismo, a la inversa hay que superar una tradición latinoamericana generosa en la constitución de organizaciones que a falta de tareas concretas terminan en la parálisis y el descrédito. La nueva Unasur debe poner por delante un programa de tareas urgentes y prioritarias, y generar luego formas institucionales ligeras y flexibles que sean funcionales a su cumplimiento.
Hay, sin embargo, una crítica inaceptable. Se puede entender que para algunos debiéramos más bien integrarnos al Club de los Like Minded Countries con Canadá, Australia y Nueva Zelandia. Se puede entender que algunos preferirían tener frontera con EE.UU., hablar perfecto inglés o jugar rugby, pero convengamos que hay muchas cosas que se pueden modificar, pero hay un dato inamovible: la geografía. Humildemente, a los críticos les pediría que miren el mapa y no olviden que el “adiós a América Latina“ es una de las ideas más absurdas que se han podido plantear en materia de política internacional.
Por Carlos Ominami, economista
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