Columna de Carolina Tohá: El bus, el presidente y el Presidente
Invito a los funadores y sus bots a afilar los cuchillos porque voy a darles mucho material.
Los liceos emblemáticos se han hecho inmanejables por la falta de mínimos criterios comunes en la sociedad chilena respecto a qué esperamos de ellos y cómo debieran funcionar. Tenemos desacuerdo respecto a su razón de existir, la manera en que debieran controlar la violencia y todo lo que hay entremedio. Estos colegios no son proyectos educativos de sus sostenedores o de sus comunidades, son verdaderas creaciones de la República y ésta dejó de tener claro hace rato para qué los quiere y cómo los busca proyectar.
El presidente del centro de alumnos del Instituto Nacional dijo que las declaraciones del Presidente Boric respecto a la quema de un bus en una protesta estudiantil eran irrelevantes porque no es una autoridad directa sobre ellos. La declaración contiene un error, pero no deja de tener, en el fondo, algo de razón. El dirigente se equivoca porque, por inaudito que parezca, los temas de orden público siguen dependiendo del gobierno central a través de los delegados presidenciales. Es decir, el Presidente tiene más que decir que la alcaldesa o el gobernador. En los temas propiamente escolares la situación puede ser distinta, pero no tanto tampoco. De hecho, si la solución de este conflicto depende de un proyecto de inversión de más de 3.000 millones de pesos como anunció la Municipalidad, es más probable que esos recursos sean aportados desde el gobierno a que provengan del nivel local o regional.
A pesar de lo anterior, el Presidente del Instituto pone en evidencia una realidad: la autoridad del Presidente Boric no es la contraparte natural de este conflicto. El problema es que ninguna otra lo es. La verdad es que una de las razones por las que los conflictos de los liceos emblemáticos son tan inmanejables es porque las decisiones están dispersas y ninguna autoridad tiene verdaderas espaldas para negociar, no sólo porque las competencias administrativas están fragmentadas sino también porque las decisiones estratégicas son inexistentes. Y hay una dificultad adicional. Generalmente la movilización de esos liceos no está realmente orientada a resolver un petitorio del establecimiento, sino a calentar los motores para la movilización del conjunto de los secundarios. Por eso, es frecuente que la protesta se arme varias semanas antes de plantearse las demandas, y sólo se cierre cuando es propicio para el conjunto del movimiento y no para la dinámica del establecimiento en cuestión.
La dispersión de responsabilidades complejiza el manejo de este tipo de conflictos, pero no debiera ser un obstáculo si hay disposición a coordinarse, como es de esperar entre autoridades de un mismo signo político, que es lo que acontece en la actualidad. La cruda realidad, sin embargo, muestra que ello no es tan simple. Lo comprobé directamente siendo alcaldesa. Pese a toda la sintonía y buena voluntad, las diferencias de criterio, de plazos y de prioridades son pan de cada día.
Sumemos a ello el implacable papel que suele desempeñar la oposición, o quizás debiéramos decir las oposiciones, porque siempre hay por lo menos dos: una que exige que la mano dura sea más dura, y una que reclama por lo dura que es.
En esta dispersión de criterios e intereses entre los adultos a cargo, los estudiantes perciben un total vacío de autoridad. Nadie parece tener la legitimidad y el respaldo para ser una contraparte en forma, tomar decisiones y hacerlas cumplir. Las decisiones se pueden conversar, consultar, acordar, pero una vez que se toman se deben hacer realidad. En este caso ello no ocurre porque no hay acuerdo en ninguno de los temas relevantes que atañen a estos liceos. Ninguno. Lejos de eso, nuestras instituciones y autoridades se agarran de las mechas a vista y paciencia de todo el país, yo incluida cuando lo era, cada vez que este tema entra en la agenda. Todos dicen estar conmovidos por la crisis de estos establecimientos, pero las actuaciones que predominan en algunos parecen estar más motivadas por las ganas de pasarle la cuenta al adversario que por el imperativo de revertir la crítica situación. Al final del día, esto no es tan distinto a lo que sucede en una familia si los padres pelean y se recriminan entre ellos cuando pillan a los hijos portándose mal. El resultado será, sin duda, la desorientación y sensación de abandono de los niños o niñas, y el escalamiento de su mal comportamiento.
Los nuevos capítulos de esta crisis siempre nos sorprenden con su capacidad de traer peores noticias. Esta vez fue el bus quemado, el mismo que ocupan los propios estudiantes, sus padres y sus maestros. Estallido y pandemia mediante, llevábamos más de dos años con estos colegios cerrados, y hoy vuelven a funcionar con nuevas autoridades en todos los niveles de gobierno y un proceso constituyente a punto de culminar. Quizás es el momento en que el Presidente no se conforme con hacer una categórica y acertada declaración, que el otro pesidente salga a contestar, sino que intente convocar a todos los actores relevantes, incluida la oposición, a actualizar la misión de estos colegios para luego poner en línea con ese propósito a todas las autoridades supuestamente adultas que en esta materia tienen algo que decir.
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