Columna de Carolina Tohá: La nueva sensatez

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KARIN POZO/AGENCIAUNO


Este capítulo de nuestra historia, tan intenso y sorprendente, está todavía por escribirse. Lo estamos viviendo en tiempo real y los hechos tienden a desmentir una y otra vez nuestras teorías para interpretarlo. Hay muchos debates interesantes circulando, pero gran parte de ellos, en mayor o menor medida, pecan de una suerte de ombliguismo para interpretar las reales dimensiones de lo que estamos viviendo.

Lo más importante que está pasando en Chile, y que pasará en los próximos años, no se refiere al reordenamiento de los conglomerados políticos, a recambios generaciones, a estrategias más o menos radicalizadas o a grupos antisistema o prosistema. Por supuesto, todos esos aspectos son importantes y van a ser decisivos en el desenlace que tengamos. Pero lo fundamental es más profundo y se relaciona con procesos que trascienden a nuestra especificidad nacional.

De alguna manera, en Chile se produjeron condiciones que catalizaron tensiones que se están viviendo en muchas otras latitudes, y se abrieron ventanas de oportunidad para cambios que en otros lugares son igual de necesarios, pero no encuentran cabida. Algunos ejemplos: las formas de representación y decisión de las democracias tradicionales no se ajustan a las características de las sociedades contemporáneas ni aquí ni en ninguna parte. En países donde no hay Constitución del 80 ni duopolio ese problema está igual de presente. El tipo de capitalismo globalizado que predomina en el mundo comparte los principales problemas que detectamos en nuestro país, es decir, la persistencia de desigualdades intolerables y la conflictiva relación con la naturaleza. Y en todas partes hay irritación ante la aparente impotencia de los sistemas políticos para enfrentar esos retos y muchos otros, como el narcotráfico, las migraciones, los estrepitosos cambios del mundo laboral, los desafíos de la era digital y la inteligencia artificial.

La forma concreta en que explotó nuestra crisis está determinada por factores nacionales y las soluciones que estamos intentando están en nuestras manos. Dicho en simple, no necesitamos que se arregle el mundo para hacer nuestra pega. Pero hacerla implica definir bien cuál es el problema que queremos resolver. Si nos enfrascamos en nuestras peculiaridades podemos resolver algunas de las cuentas que tenemos pendientes entre nosotros, que no son pocas, pero moveremos poco la aguja respecto de las causas sustantivas que nos trajeron hasta aquí.

Sería pretencioso suponer que Chile puede encontrar la receta para resolver los males del planeta, pero sería miope no ver que estamos en una posición única para intentar cambios que apunten en esa dirección. Y no sería la primera vez que nuestro país cumple el papel de ser arquetipo de cambios políticos mundiales.

Muchas de las expresiones más destempladas y faltas de realismo que se han escuchado en esta etapa logran flotar en el debate porque tienen la ambición de hacerse cargo de estas tensiones profundas de nuestro tiempo. Por supuesto, achuntarle al problema está lejos de ser suficiente para dar con la solución. Muchas veces, incluso, las interpretaciones simplistas y maniqueas de los problemas terminan agravándolos y generando otros más. Pero el remedio a ese peligro no puede seguir siendo el portazo que tira por la borda todo intento de hacer las cosas de otra manera. Esa forma de sensatez y moderación ya no nos salvará. Lo que puede salvarnos es poner esa actitud sensata a imaginar soluciones distintas, a crear nuevos arreglos sociales y formas institucionales.

No tenemos derecho a embarcarnos en esa magna tarea si el precio es decirles a los chilenos y chilenas que deben esperar aún más y que sus problemas más acuciantes no se aliviarán en el corto plazo. Por eso, la tarea más demandante del próximo gobierno, y de todos los que tomen parte en las decisiones que nos esperan, desde la Convención Constitucional pasando por el mundo empresarial hasta el movimiento social, es combinar una gran capacidad de innovación para proyectar el futuro con un alto pragmatismo para resolver el presente.