Columna de Carolina Valdivia: La política exterior de Rusia en Latinoamérica
El 31 de marzo, Rusia publicó su nuevo concepto de política exterior. En comparación con sus estrategias de 2013 y 2016, se percibe un profundo cambio en su visión internacional, motivado por la necesidad de reconfigurar sus alianzas y política de cooperación para hacer frente a su invasión a Ucrania. Dentro de las innovaciones, la estrategia exterior rusa 2023 se estructura desde su propio concepto de “Sur-Global”, con el discurso de una zona subyugada por el neocolonialismo de los poderes hegemónicos occidentales.
Por primera vez, la política exterior rusa explicita sus intereses en nuestro continente. Si bien en las versiones anteriores había menciones generales a América Latina, en la última edición se eleva a la categoría de prioritaria y se extiende a los ámbitos militares y de seguridad. Además, se individualiza a Cuba, Nicaragua, Venezuela y Brasil como países con los que buscará estrechar lazos. La priorización está siendo visiblemente ejecutada estos días con la visita del canciller ruso Lavrov, la primera a la región en más de tres años. A pesar de que Rusia aboga por un relacionamiento “desideologizado”, a nadie escapa que el factor común entre los elegidos, salvo Brasil, es el ser regido por gobiernos con vocación de eternizarse en el poder.
Aunque Bolivia no es mencionada, las relaciones de amistad con Rusia pasan por un buen momento. La conversación que sostuvieran el Presidente Arce y Putin -a instancias de La Paz, según informara el Kremlin- el mismo día en que la Corte Penal Internacional emitiera su orden de captura contra el líder ruso, así como el viaje de ayer del canciller Mayta a Caracas para coincidir con Lavrov, son fiel reflejo del optimo estado de vínculos ruso-bolivianos.
Rusia está lejos de ser una potencia económica y tampoco parece una potencia militar en forma. Por ende, la relación con Latinoamérica busca fomentar sobre todo alianzas políticas favorables a Moscú. Este alineamiento se observa en Naciones Unidas donde sistemáticamente Nicaragua, Cuba y Bolivia han votado en contra, o se han abstenido, de las resoluciones que exigen a Rusia la detención inmediata de su agresión a Ucrania. Venezuela seguiría el mismo camino de no tener su derecho a voto suspendido por impagos sucesivos. También existe una cooperación efectiva en tecnologías de la información, energía nuclear y recursos naturales, acentuada los últimos años con Venezuela y Nicaragua.
El caso de Brasil es distinto. Además de ser socios en los BRICS, su dependencia en los fertilizantes rusos es determinante. Cerca del 25% de los insumos que requiere el gigante sudamericano para mantener su agroindustria, responsable de un quinto de su PIB, son suministrados por Rusia. Rusia a su vez, recibió en 2022 sobre 6 billones de dólares por este concepto desde Brasil. Los intereses recíprocos son poderosos y quizás explican las últimas declaraciones del Presidente Lula durante su reciente reunión con Lavrov, que parecieran abandonar la tradicional neutralidad brasileña.
Chile no está dentro de las prioridades rusas. La consistente condena chilena frente a sus actos de agresión es interpretada por Rusia como un país con bajo “grado de independencia y constructividad”, diluyéndose uno de los factores esenciales que definen sus acercamientos regionales. Además, nuestros intercambios son modestos y la industria rusa no participa en sectores nacionales sensibles. El gran desafío para Chile, que no está en el foco de las opciones de Rusia, será cómo conducir las relaciones con estados de nuestro entorno que estarán recibiendo apoyo desde Moscú.
Por Carolina Valdivia, investigadora CEP y Consejera CEIUC
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.