Columna de César Barros: Amarga medicina
Por César Barros, economista
Que la inflación es un fenómeno muy maldito, es sabido. Lo que muchas veces se olvida, es lo duro que resulta salir de ella. En marzo de 1980, la inflación en los EE.UU. llegó al 14,8%. Y llegó a la presidencia de la Federal Reserve (banco central), Paul Volcker: un monetarista duro. Se dio cuenta que el fenómeno no se controlaba con subir un par de puntos la tasa de interés. Se necesitaba un golpe de timón mucho más contundente: la tasa de interés -que era del 11,2% en 1979- subió al doble. Se fue a 20% en junio de 1981. Se disparó el desempleo a más del 10%, y se tuvo que reducir el gasto fiscal en forma importante. Pero ya en 1983, la inflación estaba estabilizada al 3%. Esa inflación de junio del 80, estaba construida por un gasto fiscal enorme de los gobiernos de Johnson (The Great Society), Nixon y Ford (1965-76), la guerra de Vietnam (cuyo costo en plata de hoy fue cercana al trillón de dólares) y la crisis del petróleo de 1973/74, donde el precio del crudo se cuadruplicó. La mano de Volcker fue muy dura, y muy criticada: pero muy efectiva.
Hoy, el mundo paga con inflación los excesos monetarios de la crisis financiera de 2008/9, y los trillones de la crisis del Covid actual. Ucrania solo aceleró el proceso, pero sin los trillones del Covid y del rescate financiero del 2009 no hubiera tenido este efecto.
En Chile, cómo economía abierta, nos pega el factor internacional en forma especialmente dura: una economía tan lejana, con problemas logísticos y de costos de transporte que nos afectan en forma muy directa. Pero tenemos también nuestras culpas: gasto fiscal desbordado por el Covid, retiros desde los ahorros previsionales -aún mayores-, y todo en medio de una incertidumbre política no vista desde los años 70.
Salir de esta pesadilla no será indoloro: requerirá recortes de gasto público y privado, tasas de interés inéditas y que la inflación haga su triste trabajo: bajar el poder adquisitivo para reducir el consumo. Efectos habrá también en la inversión. El proceso inflacionario es impredecible para las empresas: no todos los precios suben como el IPC. Unos pueden subir más, otros mucho menos que sus costos. Es imposible tomar buenas decisiones de largo plazo, por lo tanto, se opta por la más obvia: acaparar insumos y aumentar las reservas o stocks de productos (seguro subirán de precio más que su costo financiero). El Fisco puede pasar por una inicial “luna de miel inflacionaria”: los impuestos -como el IVA- suben más que su gasto. Pero la ilusión dura poco.
Al final, la inflación solo se arregla con medicinas amargas: menos gasto y menos consumo. Y más desempleo, y con eso, más complicaciones políticas. Complicaciones que botan gobiernos (lo que botó al Gobierno Militar fue más la crisis 82/84 que las ganas de volver a votar de nuevo) como Alemania en los años 20, Argentina en el 2000, y antes Bolivia y Brasil.
Esto es grave. Los controles de precios, o del tipo de cambio, nunca resultan. El populismo solo la agrava. Y no existen alternativas conocidas, fuera de las que se sabe Mario Marcel (y conocía Paul Volcker) de memoria.
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