Columna de César Barros: Convicciones
La convicción -del latín convictio- es la seguridad que tiene una persona sobre la verdad de lo que cree, piensa y siente. En las grandes desgracias de la humanidad, las convicciones están en sus orígenes y en sus desarrollos. Todos los grandes tiranos fueron hombres de tremendas convicciones. Stalin purgó, por desviacionistas, a toda la cúpula bolchevique: Zinoviev, Kamenev, Bujarin, Trotsky. Todos se habían desviado de las convicciones de Iósif Vissarionovich Dzhugashvili. Hitler masacró incluso a su propio pueblo por sus convicciones: el Nuevo Orden o Weltanschauung. Para qué decir la Santa Inquisición, que no sólo puso en la hoguera a los herejes, sino también prohibió libros heréticos de autores como Galileo, Voltaire, Rousseau, Adam Smith y Locke. Hombres de convicciones fueron Tetzel recolectando florines a cambio de las bulas de León X, y el propio Lutero, lucha que terminó diezmando a Europa en la Guerra de los 30 años.
Hoy vemos en Chile un retorno en la política a gente de grandes convicciones, para los cuales, un desvió de un 1% resulta intragable. Para ellos la política no es el arte de lo posible, sino la imposición de sus convicciones. Los hombres de convicciones fuertes ven al adversario como un enemigo: ni la sal ni el agua. Los desvíos son herejías que deben ser combatidas con fuerza: no tienen matices. Hay blanco y hay negro. Y por eso la Inquisición fue lo que fue, y el Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum les negó a los católicos creer en la teoría copernicana (“De revolutionibus orbium coelestium” estuvo prohibido por siglos), o leer al padre de la economía, Adam Smith, hasta que Paulo VI eliminó el Index, pero prohibió los preservativos y la píldora.
Los grandes sabios del mundo no tenían convicciones: buscaban la verdad. Como Copernicus, Galileo, Newton, Einstein y Schrodinger. En la ciencia no hay convicciones: solo hay grandes dudas, y desde esa falta de convicciones, surge la búsqueda de la verdad. Y cada uno en su época fue condenado por personajes de tremendas convicciones, como el cardenal Belarmino, Urbano VIII o Hitler. Y la duda, y búsqueda de la verdad está también en Friedman, Stigler y lord Keynes. Como decía Friedman: no hay economistas de izquierda o de derecha, solo hay buenos y malos científicos de la economía. Porque la economía es una ciencia, no es una convicción.
Y en política hay que temer a las convicciones irreductibles. Nos dividen entre justos, injustos, herejes y desviacionistas. Porque para ellos la verdad es una sola: sin matices, como en la España del siglo XVI. Y que grande la diferencia con aquel mandamiento principal de “amaos los unos a los otros, y a tus enemigos también”. Esa es una convicción valiosa y de sabiduría divina. Lo otro, atrae a las mentes simplonas que no se atreven a dudar, para no tener que pensar, y que lamentablemente no son pocos. Como pasó en Alemania en los años 30, en Italia, en Cuba hasta hoy, y en Chile ahora, con un porcentaje chico pero importante de chilenos que necesitan no tener que dudar, por lo tanto, que pensar.
Por César Barros, economista